Ber Emara (Egipto), 22 mar – Los niños se abalanzan sobre la pelota caída fuera del campo, entusiasmados por devolvérsela a los jugadores: quieren contribuir a que continúe uno de los partidos del tradicional torneo con el que se celebra el ramadán mientras sueñan con el día en que sean ellos quienes esperen que les devuelvan el balón, pero en un campo profesional.
En el pueblo de Ber Emara, de cerca de 500 habitantes, se celebra desde hace 60 años un torneo de fútbol por el mes sagrado musulmán del ramadán, en el que se juegan dos partidos diarios antes del iftar (la cena con la que se termina el ayuno diurno).
«Actualmente, hay talentos de jóvenes que dicen que quieren jugar al fútbol, pero no encuentran su momento, ya que todos los clubes se han convertido en una inversión. Ahora todos son pobres (los jóvenes) que no pueden jugar», lamenta Emam, entrenador de 68 años y seleccionador de futbolistas.
Emam, uno de los impulsores del torneo especial por ramadán y también uno de sus primeros jugadores, sigue hoy en día buscando entre el polvo que se levanta con las patadas y el correr de los jugadores, cualidades y habilidades que brillen por su excelencia y merezcan su apoyo y guía, con la esperanza de encontrar un club donde puedan desarrollar su incipiente carrera como futbolistas.
«Siempre que voy a estos clubes me dicen que tengo que pagar una cantidad de dinero, pero sus familias son pobres que no encuentran ni qué comer», detalla Emam a EFE las dificultades para perseguir una carrera deportiva.
La pelota inalcanzable
En esta edición, 48 equipos de 12 jugadores cada uno, compiten por un trofeo, camisetas de fútbol para todos los integrantes y un premio de 3.000 libras egipcias (lo equivalente a cerca de 55 euros): lejos de aspirar la recompensa, tanto los aficionados como los propios jugadores ven estos partidos como una oportunidad para demostrar sus habilidades y pasar un buen rato, en el contexto de una fiesta religiosa en cuyo fondo está el desarrollo de lazos comunitarios.
Pese a saberse atrapados por su humilde situación socioeconómica, los niños siguen soñando con que su talento sea visto, pero la realidad dista mucho de a lo que aspiran: Solo tres de los deportistas que han jugado hoy compiten en un club de futbol, el «privilegio» está reservado a quienes se pueden permitir pagar mínimo 3.000 libras al año para entrar a una de estas academias donde cabe la posibilidad de ser fichado por un equipo profesional.
El hecho de poder invertir semejante cifra sucede muy esporádicamente entre las familias rurales, por lo que obliga a relegar la oportunidad de ver la destreza de los jóvenes a torneos de barrio como este.
Aquellos que logran reunir los recursos e invierten en su futuro a veces se encuentran con obstáculos burocráticos, como es el caso de uno de los diez organizadores del torneo, Al Sayed al Ghadery (20 años), a quien hace dos días le denegaron el visado para viajar a España para poder comenzar a entrenar en un club allí.
«Espero todos los años el torneo de ramadán», asegura uno de los participantes, Abdulrahman Ahmed, también de 20 años, siendo esta edición la tercera en la que participa, y detalla que siente que «se ha convertido en algo imprescindible» en su vida.
«Cada jugador quiere destacar para que sus amigos, compañeros y familiares le vean», asegura al Ghadery, que además matiza que se trata de un evento que todos esperan «ansiosamente», cosa que afirma porque lleva la mitad de su vida colaborando en la logística del encuentro: «Es algo apasionante y bonito para el jugador», añade.
El eco del silbato
Mientras sueñan con la gloria deportiva, decenas de personas se congregan alrededor del campo de fútbol de tierra -enclavado entre las paredes de un pequeño hospital, una escuela primaria y edificios residenciales, que a su vez marcan su perímetro-, y envuelven el ambiente en un silencio profundo, donde no rebotan ni gritos ni música, solo el eco ocasional del sonido agudo del silbato de alguno de los tres árbitros.
Solo se intuyen murmullos, la concentración es máxima y la expectación crece hasta que, de repente; menores y hombres jóvenes, rompen en aplausos cuando el narrador del partido anuncia por la megafonía el gol que acaban de presenciar.
Ambos partidos duran 30 minutos, respectivamente, divididos en dos partes, puesto que durante el mes del ayuno la duración de los mismos se acorta por la seguridad de los participantes, lo que contribuye a que el médico voluntario que asiste el torneo solo atienda lesiones relacionadas con el juego y no con la falta de comida ni hidratación.
María Morales
EFE