Guapi (Colombia), 8 diciembre de 2024.- Este año solo dos imponentes balsadas se han atrevido a navegar el río Guapi, al son de los arrullos, los petardos y los aplausos de la fiesta mayor del pueblo colombiano al que este río del Pacífico da nombre, en una tradición mermada por la violencia.

Tradicionalmente cada comunidad ribereña se junta para armar estos altares navegantes, que al caer la noche del 7 de diciembre bajan a la Inmaculada Concepción, patrona del pueblo, hasta Guapi, mientras que sus luces, unos cocos centelleantes y decenas de lanchas incendian el río en una impresionante procesión.

El sonido lo ponen los arrullos del Pacífico, las voces, las notas de la marimba y los tambores, herederas de la tradición africana, pero también los fuegos artificiales, los gritos y los aplausos que ayudan a elegir la más bella, la ganadora del concurso.

Pero este año, solo dos comunidades, Temuey y Chamón, han participado. La violencia y la presencia de grupos armados ha provocado el desplazamiento forzado de algunas comunidades y otras no se atreven a salir.

«Se siente el miedo»

Casi nadie quiere hablar, pero cuando se pregunta por qué solo hay dos balsadas, susurran: orden público.

José Dolores Montaño, líder y jefe de la balsada de Temuey, por un lado se alegra, este año tendrán menos competencia, pero luego lamenta: «Esperemos que en esta comunidad no desaparezca porque estamos muy amañaditos (acostumbrados)».

«El año pasado no teníamos miedo, pero ahora sí se siente», dice Montaño a EFE. Normalmente bajan a las ocho de la noche, pero este año tuvieron que salir a las 6:30 «por cuestiones de seguridad» para entregar la virgen a las ocho y devolverse temprano.

«No es aconsejable estar allá porque uno no sabe, mejor entregar a la gente sana y salva de vuelta a la comunidad», dice.

Guapi, como muchos pueblos del departamento del Cauca, sufre con la violencia. Su tierra es un corredor para actividades ilícitas y sus montañas un escondite natural para grupos armados.

Este año, las disidencias de las FARC se han cebado con el Cauca con arremetidas contra las fuerzas de seguridad que ha dejado decenas de víctimas. En Guapi, hace apenas un mes hombres armados atacaron con disparos de fusil y explosivos la estación de policía que hace esquina en la plaza principal.

Dos atacantes murieron, dos policías quedaron heridos y hubo daños en varias casas y en parte de la iglesia.

Por eso desde el propio Guapi este año no sale ninguna balsada: «decidieron no hacerla para, con esos recursos que se gastaban en la balsada, contribuir a la reparación de los daños a la iglesia», explica a EFE la alcaldesa Milena Grueso.

La tradición de las balsadas

Los habitantes de Guapi se resisten a que la violencia acabe sus tradiciones; a que cese la música, el currulao (ritmo típico del Pacífico) que les pone la piel a vibrar, como explica Jaime Alberto Vásquez, el coordinador de la otra balsada.

«Es nuestra identidad, es parte de nuestras costumbres, es parte de nuestras raíces. Esta costumbre nos reivindica con nuestros ancestros, con nuestros antepasados», asegura.

Guapi es uno de los múltiples corazones que tiene el Pacífico colombiano. Aislado por tierra por la impenetrable selva, los ríos y su proximidad al mar son el centro de la vida, y por ello también de sus tradiciones.

Y las balsadas guapireñas son su principal actividad. En las aldeas se juntan y mientras los hombres atan las dos canoas y construyen el soporte que hace de altar, las mujeres cortan la palma y arman los ramos decorativos, tareas en las que hasta los niños participan.

«Consideramos que esta tradición viene desde África, donde se hacían estos ritos que traían a la virgen o a su santo de devoción por el río para que nos proteja, que libre al municipio de todo mal. Por eso la virgen que tenemos ahí está mirando hacia el río como nuestra protectora y que nos cubra con su manto», explica la alcaldesa.

Es la fiesta mayor del pueblo y en las calles no se siente la inseguridad ni el temor; corre el viche (bebida tradicional a base de caña de azúcar) y la gente se mueve de lado a lado ‘arrullada’ por la música que no cesa hasta el amanecer.

«No podemos dejar caer la tradición. Yo siempre digo uno no está metido en nada, no está metido con nadie, entonces por qué va a dejar de hacer las cosas», dice orgulloso Dolores Montaño.

Este 7 de diciembre se volvieron temprano y les tocó acortar la fiesta, pero en el centro del pueblo hubo quien se encargó de celebrar por aquellos a quienes la violencia no les ha dejado salir.

Irene Escudero

EFE

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