Chisinau, 19 nov – Los refugiados ucranianos están deseando volver a casa tras mil días de guerra. Están agradecidos a sus países de acogida, pero han dejado atrás, en muchos casos, a maridos y padres, a los que no saben si volverán a ver, ya que están en el frente o viven diariamente bajo los bombardeos rusos.
«Por supuesto que quiero volver. Allí está mi casa, mi familia, todo. Es mi vida. Estoy agradecida a cualquier país que nos acoja, pero mi casa es Ucrania, es donde nací», comentó a EFE Andriana, que vive con su familia en la vecina Moldavia.
La antigua república soviética acoge a más de 120.000 refugiados ucranianos, muchos de los cuales quieren reunirse con sus familias y reconstruir sus vidas en su propio país una vez acallen definitivamente los cañones.
¿Por qué hablamos en ruso, mamá?
«Mi hijo me pregunta: ¿por qué tenemos que hablar en ruso si nos han atacado?», confiesa Andriana, una mujer rusoparlante que también domina el ucraniano.
Su familia abandonó la región de Mykolaiv el 5 de marzo después de que su madre viera por la ventana la llegada de los tanques rusos.
«Cogimos el coche y los puentes ya estaban minados (…) Una odisea. Los niños tenían mucho miedo. Cuando cruzamos uno de los puentes, volaron los Grad por encima de nosotros. No sabíamos si nos salvaríamos», señaló sobre su viaje de ocho horas en coche a Odesa.
Ella y sus dos hijos vivieron primero en el oeste de Ucrania, pero Andriana no pudo adaptarse -«Ucrania siempre ha estado y estará dividida. El oeste ucraniano nunca nos entendió», argumenta-, por lo que regresaron a Odesa y, ya sin su marido, hace un año y medio se trasladaron a Chisinau.
«Moralmente es difícil, ya que mis padres están allí y los de mi marido también (…) He perdido a muchos amigos. He enterrado a cinco amigos muy cercanos desde la infancia. Me duele mucho. Yo dono a las FFAA y ayudo a los voluntarios al máximo. Cada uno debe hacerlo», aseguró.
Andriana cree que «la guerra tiene que terminar. No puede prolongarse durante tanto tiempo. Las fuerzas de ellos y las nuestras son incomparables, lamentablemente».
Mi marido trabaja en España
Irina es de Voznesensk, una ciudad de Mykolaiv. Se trasladó a Moldavia en agosto de 2022, cuando el ejército ruso decidió ensañarse con el principal puerto ucraniano en el mar Negro (Odesa).
«Tenemos una hija. Nos fuimos por las alarmas y los continuos ataques de la aviación rusa. Los niños se pasaban más tiempo en los sótanos que estudiando», dijo.
Su madre vive con ella, ya que los cortes de agua y luz hacían imposible la vida en su localidad natal, mientras su marido trabaja en el extranjero.
«Allí se quedó. Tiene contrato en España», apunta, tras lo que añade que quiere que la guerra acabe «pronto».
Ellos envían continuamente dinero al ejército ucraniano, pero también a familiares y amigos, lo que incluye equipos militares para aquellos que combaten en el frente.
«Gente al más alto nivel decide y nosotros somos simples peones. En el extranjero hablé con rusos y ellos mismos no quieren la guerra. Nadie quiere la guerra», afirma.
Centros de filtración en Moscú
Larisa no es ucraniana, sino rusa. Nació en los Urales, pero se casó y se asentó en la región de Lugansk, anexionada ahora por Moscú.
«Hablamos siempre en ruso y nunca nadie nos dijo nada. Nunca nadie nos persiguió por ello en el Donbás», explica, desmintiendo la propaganda del Kremlin.
Su marido, de 44 años, está en edad militar, por lo que no puede abandonar territorio ucraniano. Ella teme por su casa, que está a unos 15 kilómetros de la frontera, ya que «los rusos ya se están estableciendo en apartamentos de los edificios colindantes».
«Seguimos pagando servicios comunales (…), pero ya nos han advertido que si no regularizamos la vivienda según la legislación rusa, la casa se la quedará la república popular», señaló.
Llora desconsoladamente cuando habla del padre de su marido, que no sabe dónde está enterrado, y de su madre, de 68 años, a la que teme «no ver nunca más».
Para viajar a territorio ocupado y ver a sus familiares, los ucranianos deben pasar «dos o tres días» por el centro de filtración que existe en el aeropuerto moscovita de Sheremétevo.
«Comprueban todo, documentos y teléfono. Miran los likes de hace cinco años, cuentas ya cerradas. Lo que escribiste contra Rusia, contra la guerra. Si donaste aunque sea 5 grivnas al ejército ucraniano, ya no te dejan entrar», señala.
Ella admite que «aunque le ocurra algo» a sus padres, ya no podrá verlos. «Doné y voy a seguir donando (dinero al ejército ucraniano)», insiste.
«Es probable que ya no tengamos adonde volver», señala sobre el Donbás anexionado por Rusia.
EFE