Djalma Salles tiene 24 años. Huérfano y natural de la empobrecida región de Bahía, se mudó a Sao Paulo en 2011 en busca de trabajo, pero pronto se encontró viviendo en las calles de la ciudad más rica de Brasil. Como Salles, unas 24.000 personas carecen de un techo fijo en la mayor urbe de Suramérica, donde los considerados sin abrigo han aumentado en un 53 % en el último lustro.
A los 13 años, este joven ya trabajaba en una obra en su ciudad natal, Ilhéus, donde cobraba unos 3,50 dólares al día y vivía en una choza con su entonces pareja, diez años mayor que él. Sin embargo, ante la falta de perspectivas laborales, decidió dejarlo todo atrás y buscar fortuna, hasta darse de bruces con la realidad.
«Cuando estás en la calle, tienes hambre, sed, frío. Te pones enfermo a menudo, pues vives bajo la lluvia. Te sientes avergonzado, humillado, porque si quieres un plato de comida tienes que pedírselo a alguien», cuenta en una entrevista con Efe.
Según un censo realizado por la Alcaldía de Sao Paulo, 24.344 personas carecen de vivienda en la megalópolis, que alberga a unos 12 millones de habitantes y está considerada la mayor de Suramérica.
De entre los 24.000 sin un techo fijo, 11.600 pululan de un albergue a otro en busca de cobijo y el resto, que representan más de la mitad, viven directamente en la calle. La cifra global supone un aumento de un 53 % con respecto a 2015, cuando había 15.905 personas censadas.
Diversas ONG, no obstante, apuntan que el número de sin techo podría ser mucho mayor, ya que el estudio llevado a cabo por la Alcaldía no considera chozas construidas de forma improvisada en la calle como ausencia de vivienda.
Salles logró pasar de las aceras a los centros de acogida. Desde el pasado octubre, vive en el Arsenal de la Esperanza, gestionado por el Consistorio.
El albergue actualmente acoge a 1.150 hombres por un periodo promedio de cinco meses. De hecho, el sexo masculino es el más golpeado por el aumento de la indigencia, pues representa el 85 % de toda la población sin techo de la ciudad.
Salles ocupa la cama número 44 de una habitación donde duermen 150 personas. Durante el día, realiza un curso técnico de construcción civil, con el que espera arrancar su propio negocio y «conseguir varios trabajos».
«Quiero que esta sea mi última vez pasando por aquí, porque espero reintroducirme en la sociedad y no volver a la calle», señala.
«SIN UN TRABAJO LAS COSAS SALEN MAL»
Igualmente anhela un futuro mejor su compañero de clase Paulo Albuquerque, de 33 años y quien solía ser vigilante nocturno en Vitoria da Conquista, un pequeño municipio de Bahía localizado más de 1.500 kilómetros de distancia de la capital paulista.
«Me echaron y vine a Sao Paulo a trabajar en las obras de (la iglesia) Templo de Salomón. Pero después no encontré otros trabajos y vivo de albergue en albergue desde entonces», afirma.
Explica que en su tierra natal la «vida era buena», pues tenía «un empleo, una casa alquilada y pagaba todas las cuentas».
«Pero todo se estropeó cuando perdí el trabajo. Y si uno no tiene trabajo, las cosas empiezan a salir mal», lamenta.
En sus primeros meses en Sao Paulo, Albuquerque solía recorrer las calles de la ciudad en búsqueda de un techo para pasar la noche, pues no podía pagar un alquiler ni contaba con una plaza fija en un albergue público.
«Es un alboroto, todos quieren un lugar para trasnochar. Cuando tú finalmente consigues una plaza, aunque sea por una noche, te entra un alivio porque sabes que te podrás duchar, tendrás algo que comer. Pero al día siguiente empieza todo otra vez», dice.
Además de las 1.150 plazas fijas de las que dispone, el Arsenal de la Esperanza, localizado en la Mooca, un tradicional barrio de inmigrantes y que concentra el 19 % de la población sin techo de Sao Paulo, ofrece otras 50 plazas móviles y un reforzado desayuno para aquellos que no tienen donde pasar la noche.
Para el director del abrigo, el cura Simone, son muchos los factores que pueden llevar a una persona a vivir en las calles. La falta de empleo, sobre todo entre los migrantes dentro de Brasil, es el principal, pero el sacerdote destaca también los problemas familiares y las adicciones a las drogas y el alcohol.
«Hay mucha indiferencia por parte de la sociedad. Y muchos no saben reaccionar a esta indiferencia y se refugian en situaciones extremas», analiza.
«EN BUSCA DE ALGO MÁS»
Pero el cura matiza que no todos de los que viven en las calles de la mayor ciudad de Suramérica lo hacen por necesidad. «Mucha gente está en busca de algo, que no es necesariamente solo trabajo, a veces es un sentido en la vida», asegura.
Es el caso del poeta Ricardo García, quien vive desde octubre de 2018 en una tienda de campaña enfrente al edificio del Museo de Arte de Sao Paulo (MASP), ubicado en el corazón de la Avenida Paulista, el emblemático distrito financiero de la ciudad.
«Inicialmente, me instalé aquí porque no tenía condiciones financieras. Solía dormir al raso, pero luego me compré una tienda y me fui quedando», indica García, quien comparte su carpa con Moleque, un perro que adoptó hace un año.
Agrega que «no pasa necesidades» tras abandonar su antigua profesión de pintor. Considera, eso sí, que el lavado de ropas es su mayor desafío.
Mientras García declama un poema, ejecutivos apresurados van a sus trabajos inmersos en sus móviles, aparentemente indiferentes a los hombres y mujeres que duermen acurrucados en cajas de cartón para protegerse de la lluvia veraniega.
«La calle te da y te quita, pero a veces te ofrece una salida. En la calle se ama y se apalea. Se odia quien nos ama. La calle es de los fuertes, la calle es de la muerte», sentencia el poeta.
EFE