Xinjiang: el combate al terrorismo con características chinas

FECHA:

Kashgar (China), 28 abr- «Fui infectado por el extremismo, por eso decidí acudir a un centro de formación»: el camionero Mamatjan Akhat, explica así por qué asistió voluntariamente, según su versión, a uno de esos lugares que China llama centros de enseñanza «vocacional» y Occidente «campos de internamiento».

La región autónoma de Xinjiang, la más grande de China, está en el centro de la polémica internacional y ha sido el motivo de que la Unión Europea (UE), siguiendo la estela de EEUU, haya adoptado las primeras sanciones contra el gigante asiático en más de 30 años.

Informes del Instituto Australiano de Política Estratégica (ASPI) y del polémico investigador alemán Adrián Zenz aseguran que China mantiene detenidas en esos centros de la región, de minoría étnica musulmana uigur, a entre uno y dos millones de personas.

China lo niega tajantemente y afirma que se trataba, con el fin de prevenir el terrorismo, de centros de formación profesional para «desradicalizar a extremistas» a los que éstos acudían de forma voluntaria y que ya se han cerrado en octubre de 2019 tras considerar que han cumplido su función.

Efe ha participado -junto a solo otros dos grandes medios occidentales- en un viaje a Xinjiang organizado por el Ministerio de Asunts Exteriores chino y el Gobierno local, el primero para prensa internacional a la zona en más de dos años.

UN MES DE «CONTAGIO EXTREMISTA»

Mamtjan Akhat fumaba y bebía antes de que sus compañeros camioneros le «infectaran de extremismo» y no era siquiera religioso. Tampoco lo es ahora y ha vuelto a los cigarrillos y al alcohol, tras pasar un año en el centro de formación cercano a Aksu, la ciudad donde vive en el sur de Xinjiang.

«Estuve infectado cerca de un mes después de que mis compañeros me mostrasen vídeos de extremismo religioso y terrorismo. Regañaba a mi mujer porque no rezaba», asevera este hombre, de 34 años, procedente de una familia acomodada, en la casa con jardín que heredó de sus padres en las afueras de Aksu.

Su historia es, cuanto menos, sorprendente. Dice también que su «contagio» de extremismo religioso duró cerca de un mes hasta que, convencido por su familia, decidió ingresar en uno de esos centros de formación, a media hora en coche de su casa, donde aprendió de nuevo «a tener la mente abierta».

«No era religioso pero estaba pobremente educado y era fácil de manipular por los vídeos que me enseñaban sobre terrorismo. En el centro me dieron buena comida, teníamos clases cinco días a la semana y podíamos salir los fines de semana a nuestra casa», afirma Akhat, acompañado por su esposa, que nunca ha sido tampoco practicante.

EL MÉTODO CHINO

Xinjiang sufrió duros años de atentados terroristas, la mayoría relacionados con el extremismo islamista, que comenzaron en 1992 y se intensificaron entre 2009 y 2014.

El Gobierno regional rechaza proporcionar datos de las víctimas totales de los atentados, pero se estima que cerca de un millar de personas murieron y otras 2.000 resultaron heridas entre 1992 y 2017.

Ante esa situación, China aplicó un método expeditivo. La presencia de fuerzas de seguridad se incrementó notablemente en la región, incluidos soldados en las calles, así como la vigilancia y el control social a través de videocámaras y otras tecnologías avanzadas.

Al mismo tiempo, puso en marcha lo que llama «centros de formación vocacional» -cuya existencia negó en un primer momento pero luego reconoció- dentro de su estrategia para atajar de raíz el riesgo de que brotase la semilla islamista en la zona.

Las autoridades rehúsan proporcionar datos sobre el total de personas que asistieron a esos centros y los criterios empleados para escogerlas, aunque recalcan que no se trataba de terroristas -que ingresaron directamente en prisión cuando fueron localizados- sino de gente con «riesgo de radicalización».

En 2014, algunos condados de Xinjiang que sufrieron especialmente el terrorismo, distribuyeron entre la población unos folletos que detallaban hasta «75 signos de extremismo religioso» para que los vecinos alertaran a las autoridades de comportamientos sospechosos.

Entre esos signos se citaba rezar en lugares públicos -algo no permitido en la región-, rechazar la educación estatal, intentar convencer a alguien de dejar de fumar o beber por motivos religiosos, dejarse la barba muy larga, boicotear las actividades comerciales no acordes con el Islam o llevar ropa cubriendo el rostro en el caso de las mujeres, sobre todo el burka.

DIFÍCIL ENCONTRAR HOMBRES BARBUDOS O MUJERES CUBIERTAS

De hecho, en Xinjjiang es difícil encontrarse ahora por las calles mujeres con la cabeza tapada por un hiyab u hombres con barbas largas. Tampoco durante el mes sagrado musulmán de Ramadán -que coincidió con nuestro viaje- se apreciaban muchos signos del fervor o del ayuno propios en este periodo de los países islámicos.

Según el último censo de población de Xinjiang en 2010, cerca del 46 % de sus habitantes son de etnia uigur -aunque no todos son musulmanes-, el 40 % han -la etnia mayoritaria en el país- y el resto kazajos, hui y de otros grupos étnicos.

«China no es un país musulmán, es la principal diferencia entre China y otros países religiosos. Todas las actividades religiosas deben celebrarse en los sitios designados para ello, según las regulaciones del Gobierno chino y el regional», explicó a Efe el portavoz del Ejecutivo de Xinjiang, Xu Guixiang.

Según Xu, hace unos años «algunos focos ilegales de enseñanza islámica clandestinos se usaron además para expandir ideas y actividades extremistas» en la región.

«Somos un país socialista y separamos la religión de las instituciones estatales, que son establecimientos seculares, como los centros educativos y otros lugares», dijo Xu, quien recalcó que el derecho de practicar la religión «está bien protegido» en las mezquitas y en las casas, los únicos lugares donde la oración está permitida.

Las autoridades nos llevaron a un establecimiento educativo cerca de Kashgar, en el sur de la región -de mayoría uigur- que, aseguraron, funcionó hasta octubre de 2019 como uno de los centros de formación vocacional del programa anti-radicalización.

Hoy es una escuela de formación profesional, en la que cientos de jóvenes uigures aprenden oficios, desde peluquería hasta hostelería o estética, por lo que pagan 200 yuanes (25 euros) mensuales.

El Gobierno local nos mostró también desde el exterior un centro administrativo dedicado a atender a veteranos y otros trámites, cuyas coordenadas se corresponden exactamente con el lugar de una foto por satélite donde Zenz y el ASPI situaban un «campo de internamiento» cerca de Turpan, en el norte de la región, de mayoría étnica han.

Resulta extremadamente complicado saber a ciencia cierta cómo eran exactamente, qué ocurría y cuántas personas ingresaron en los centros de formación profesional.

Si bien los polémicos -y muchas veces sesgados- informes de algunos institutos e investigadores occidentales no aportan pruebas contundentes de sus afirmaciones, China tampoco se ha mostrado dispuesta a facilitar el número total de personas que acogían, ni a probar que el ingreso era voluntario y qué hacían allí, más allá de los testimonios recogidos en esta crónica.

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