Sin temor a equívocos, podría afirmarse que la veracidad no es una cualidad que haya brillado a lo largo de la historia de la humanidad; desde tiempos remotos, la manipulación de la verdad ha sido una de las herramientas preferidas de los poderosos y de todo aquel que, de una u otra forma, pretenda imponer una ideología, ya sea de tipo económico, político, religioso o cultural. Los mitos, las tradiciones, los dogmas, la fe, la sinrazón, etc., han resultado más efectivos que la razón, e incluso que la fuerza, en la conquista de fieles seguidores para una causa determinada que, aunque sea de tipo individualista, se presenta como la tabla de salvación para una colectividad. Patriarcas, emperadores, reyes, líderes religiosos, políticos y demás, se han aprovechado de la emotividad y la ignorancia de las masas para mantenerlas en el «redil» y conducirlas a la «gloria».
En la actualidad, incluso, al manejo emotivo y por lo tanto subjetivo de la verdad se le ha asignado el rimbombante calificativo de «posverdad», sin embargo, y no obstante el ostentoso título, ello no exime a quien la utiliza de ser simplemente un siniestro maquillador de la verdad. Frente al citado fenómeno que se presenta mundialmente, Colombia no ha sido la excepción y podría afirmarse que nuestros dirigentes políticos, económicos y religiosos son de los más avezados en la manipulación de la verdad y en lograr la creencia ciega de los ciudadanos en sus falaces afirmaciones, a pesar de la incontrastable y patética realidad que vive el país.
En relación con la anterior afirmación, es válido resaltar lo que viene ocurriendo con los escándalos de corrupción en Colombia y, al parecer, es acertada la frase que afirman algunos ciudadanos en las redes sociales: «El silencio de los fusiles, hizo que escucháramos el ruido de la corrupción». Uno tras otro, como una andanada infinita, a diario nos despertamos con un nuevo escándalo, y lo que es peor aún, más escabroso que el anterior, y que nos recuerda la descomposición a que ha llegado nuestra clase dirigente, que ya ha perdido el mínimo de decoro y vergüenza.
Por lo anterior, es que sin ambages hoy puede afirmarse que la verdad en Colombia se encuentra en un laberinto sin salida, cada quien, cada bando, cada secta, cada grupo político, etc., defiende su «verdad» en detrimento del interés general. Unos y otros se declaran honestos, probos, «buenos muchachos», virtuosos, honorables y más, la malignidad es propia de los opositores y por lo tanto «todo el peso de la justicia» debe caer sobre ellos.
Y entonces, ¿a quién creerle?, ¿a Uribe?, ¿a Santos? Compañeros de múltiples «batallas», ambos eran inseparables mientras los parapolíticos se pavoneaban en el Congreso de la República, uno era presidente y otro su ministro de Defensa mientras los llamados falsos positivos se multiplicaban por todo el territorio nacional, mientras Odebrecht acaparaba las grandes obras de infraestructura en el país, mientras se incrementaban de una manera astronómica los sobrecostos de Reficar, mientras la plata de Agro Ingreso Seguro quedaba en manos de grandes empresarios del campo, mientras las chuzadas oprobiaban a los opositores del gobierno, mientras los asesinatos de líderes sociales y de contradictores políticos alcanzaban cifras impensables en medio de la más absoluta impunidad, ello, por nombrar solamente algunos de los grandes escándalos que han sacudido al país en los últimos años. ¿Cómo creerle a estos líderes cuando en la actualidad se recriminan mutuamente por actos que a ambos los involucran?
¿Podría creérsele a Vargas Lleras?, ¿un día sí y otro día no?, ¿caminando en la cuerda floja de la conveniente indecisión? Definitivamente el susodicho se convirtió en el nigromante de la política actual; ¿dónde ubicarlo?, ¿en la derecha?, ¿en el centro?, ¿en la extrema derecha?, sin lugar a dudas, llegarán las elecciones presidenciales y solamente al final de la contienda electoral conoceremos sus verdaderas intenciones. Asimismo, es necesario recordar que ha logrado salir indemne de infinidad de escándalos; su partido ha sido vinculado con parapolíticos y herederos del caudal electoral de los mismos, un buen número de los candidatos que recibieron el aval de Cambio Radical se encuentran judicializados, a pesar de haber fungido como vicepresidente, ministro del Interior y ministro de Vivienda del actual gobierno y especialmente encargado de las grandes obras de infraestructura vial, el escándalo de Odebrecht, poco o nada ha afectado su imagen pública y a pesar de todo ello, en la actualidad se perfila como el más serio aspirante a ocupar el solio de Bolívar.
La lista de encantadores es interminable y serían necesarios muchos artículos para mencionarlos a todos, prácticamente toda nuestra dirigencia podría tener un espacio similar a los aquí mencionados, sin embargo, considero que ellos son los más representativos en la actualidad y con base en ellos se genera el debate político reinante.
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