A lo largo de la historia universal los seres humanos nos hemos visto enfrentados a diversos obstáculos que de una u otra forma condicionan nuestro pleno desarrollo físico, mental, emocional, espiritual, etc.; en algunas ocasiones las limitaciones obedecen a componentes emocionales intrínsecos de las personas, pero en la mayoría de los casos las afectaciones se generan por factores y agentes externos que restringen dicho desarrollo; por lo general, los condicionamientos se originan en factores como la inequidad social y económica, la exclusión de amplios sectores de la población del acceso a condiciones de vida digna y la discriminación por factores de sexo, raza, nacionalidad e ideología política o religiosa, entre muchos otros.
Dichas limitaciones, han sido prácticamente inherentes al desarrollo de las sociedades humanas en general, desde el inicio mismo de la civilización se implantaron jerarquías con base en una u otra cualidad física o mental, lo que permitía determinar el estatus de cada uno de los individuos que conformaban la colectividad. Es así como, en algunas épocas, se ha justipreciado la fuerza como elemento de supremacía y, por lo tanto, de dominación. Especialmente en Grecia y al inicio del Imperio Romano se le da mayor validez a la intelectualidad y al pensamiento filosófico, y a pesar de no convertirse los grandes pensadores en gobernantes, estos últimos soportaban sus decisiones en las recomendaciones que recibían de aquellos. Se podría decir que la fuerza y la razón se han interpolado como factores de supremacía durante toda la historia de la humanidad.
Paralelo a la ideología dominante en cada momento histórico y acorde con la misma, algunos grupos sociales han debido soportar una injusta y absurda discriminación como consecuencia de diversos factores que, desafortunadamente y a pesar de la oposición de amplios sectores de la población, aún persisten. La lucha por la igualdad de los derechos de las mujeres, las minorías étnicas, religiosas y políticas, de personas con diversa preferencia de género o identidad sexual, entre otros, aún persiste a pesar de los avances que se han logrado en algunos aspectos básicos. Para nadie es un misterio que cada tanto aparecen grupos extremos con alto grado de miopía intelectual, reclamando una supuesta supremacía relacionada con alguna característica física o mental que los identifica.
El fenómeno de la discriminación tendría que analizarse desde el punto de vista de la limitación de los derechos fundamentales de todos los seres humanos, especialmente, y desde mi punto de vista, desde el derecho a la felicidad que tenemos todos los individuos. Sin embargo, la felicidad no ha sido establecida como derecho fundamental sino en Japón, Corea del Sur y Brasil. Según Manuel Lombera en el artículo «Países declaran el derecho a la felicidad», de Excelsior: «A pesar de ser un término aparentemente subjetivo, el concepto tiene fundamentos objetivos». Según Luis Ernesto Aguirre, especialista en derechos humanos del Tecnológico de Monterrey, citado en la misma fuente: «La felicidad es el respeto a la dignidad del cuerpo, la razón y la espiritualidad». El periodista de Excelsior recalca que: «Para Aguirre no sorprende que algunas constituciones declaren el derecho a la felicidad de los individuos, pues es una garantía que deben promover los estados democráticos. En el marco legal, el derecho a la felicidad no es un fin en sí mismo. Por el contrario, es una meta que se conquista a través del cumplimiento de los derechos humanos».
Con base en lo anterior y sin querer desconocer otros tipos de discriminación, me quiero referir a la segregación que hoy sufre la comunidad LGBTI, población que a pesar de los avances logrados en cuanto a su reconocimiento en todas las esferas de la sociedad, todavía soporta una cultura machista, patriarcal y obcecada que les impide el disfrute pleno de sus derechos y es ahí donde vale preguntarse si la felicidad debe o no convertirse en un derecho fundamental. La población citada aún es vista por algunos sectores de la sociedad como anormal y cuyo comportamiento es contrario al orden natural; esto implica que dichos sectores y con el poder que algunos de ellos representan, se opongan de manera obcecada a reconocerles los derechos de los cuales disfrutamos todos los demás ciudadanos.
Sin embargo, lo más preocupante es el desconocimiento del derecho a la felicidad de este sector de la sociedad, derecho del que deberían disfrutar por el solo hecho de ser personas. No obstante los avances en la materia, muchos homosexuales y personas con diferente identidad sexual o preferencia genérica se ven enfrentados a la discriminación y la exclusión, no solamente de la sociedad en general, sino de su propio círculo familiar, lo que los obliga a mantener en secreto su condición y les impide manifestar abiertamente sus expresiones sexuales y afectivas, generando con ello un estado permanente de tribulación. Es hora entonces de profundizar la lucha civilista por los derechos de las minorías y de alentarlos a expresar su condición con orgullo y sin temor al desprecio, ya que realmente quienes merecen el repudio social son aquellos que ejercen la exclusión y la discriminación.
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