El mercado global de la cocaína, bajo drásticos cambios

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(La Agencia de Prensa Análisis Urbano participó en la investigación periodística y publica este trabajo con la autorización de la revista mexicana Proceso)

Rafael Croda

Piamonte, Cauca, 11 julio de 2023.- Juan Carlos, un campesino cocalero colombiano que tiene un sembradío de dos hectáreas de hoja de coca en el suroccidental departamento del Cauca, se queja de que el negocio “no da más”.

Dice que los precios de la pasta base de cocaína están “por el suelo”. Apenas en septiembre pasado, él vendía el kilo de ese producto en tres millones y medio de pesos colombianos, unos 742 dólares. Desde entonces, el precio ha caído en un 31 por ciento.

“Estamos vendiendo (la pasta base) a dos cuatrocientos (dos millones 400 mil pesos) el kilo. Así no estamos en nada porque igual hay que pagar trabajadores y uno queda sin plata”, sostiene Juan Carlos.

Este campesino, uno de los eslabones más débiles de la cadena del narcotráfico, asegura que el año pasado registró utilidades netas por unos 50 millones de pesos colombianos, unos 12 mil dólares, lo que en este país equivale a tres salarios mínimos mensuales.

 “Este año no voy a llegar a 30 millones (de pesos en utilidades)”, asegura. Esa suma representa 2.3 salarios mínimos mensuales de 2023.

Pasta base de cocaína. Foto cortesía.

Juan Carlos dice que hay tanta producción de hoja de coca en esta región del suroccidente colombiano que los compradores –estructuras armadas ilegales que comercializan la droga con los cárteles trasnacionales— “pagan como quieren”.

La situación es parecida en varias regiones cocaleras de Colombia. Es un secreto a voces que, ante la contracción del mercado de la coca, las bandas criminales colombianas están “encaletando” (ocultando) toneladas de clorhidrato de cocaína en las selvas y en manglares del país, en espera de tiempos mejores.      

“Eso lo pueden hacer los grandes (narcotraficantes), los que tienen tratos con los mexicanos. Nosotros, como campesinos, vivimos al día”, asegura Juan Carlos.

La situación de este productor cocalero y de miles más como él en Colombia es el resultado de una reconfiguración global del mercado de la cocaína, un fenómeno que responde a múltiples factores. Además del alza de la producción de hoja de coca en Colombia, está aumentando la producción en Perú. 

Cultivo de coca. Foto cortesía.

Y si bien está creciendo la demanda de cocaína en Europa y Asia, los principales beneficiarios de esta situación son los productores cocaleros de Perú y Bolivia.

“Estamos viendo un cambio en la geopolítica del negocio del narcotráfico. Mientras que Estados Unidos mantiene una demanda estable, hay un crecimiento del consumo en Europa, Asia y Australia. Esto ha fortalecido las rutas por Brasil y Ecuador y el papel de Perú y Bolivia como países productores de coca”, dice el especialista en drogas y cultivos ilícitos de Colombia Ricardo Vargas.

El doctor en sociología señala que las bandas criminales colombianas y los cárteles mexicanos de la droga han quedado “un poco al margen” de esa nueva geopolítica del narcotráfico.

Factores internos

Un operador colombiano del narcotráfico, que se identifica como “Pacho”, sostiene que también hay causas internas que han contraído el mercado de la coca y la cocaína en este país.

Una de ellas, dice, es que la nueva política de drogas del presidente Gustavo Petro prioriza el ataque a las grandes estructuras del crimen, más que a los plantíos de los campesinos cocaleros. La otra, puntualiza, son los drásticos cambios en las cúpulas de las Fuerzas Militares y la policía el año pasado.

Cuando Petro -primer presidente de izquierda en la historia de Colombia- llegó al poder, en agosto de 2022, pasó a retiro a 52 generales de esas instituciones para asegurar su renovación, lo que provocó un inusual movimiento de mandos policiacos y militares a todos los niveles y en todas las regiones del país.

Y de acuerdo con “Pacho”, este “revolcón” sacó del juego a generales y coroneles que estaban a cargo de la lucha contra el narcotráfico en varias zonas, pero que “se cuadraban” con las bandas a las que debían combatir.

Campesino cocalero. Foto cortesía.

“Los nuevos (los oficiales que sustituyeron a los que cambiaron de puesto o pasaron a retiro) sí están atacando más al narcotráfico”, asegura, e indica que en varias regiones de Colombia han sido bombardeadas en los últimos meses decenas de pistas clandestinas de las que despegaban avionetas cargadas con cocaína.

Las Fuerzas Militares y la policía incautaron entre enero y mayo de este año 87 aeronaves, tres veces más que en el mismo período del 2022, y aunque los decomisos de cocaína se redujeron en 18 por ciento, siguen siendo altos en comparación con otros países. Las autoridades colombianas han incautado en promedio 12 toneladas de cocaína a la semana en lo que va del 2023.

En cambio, la erradicación manual forzosa de cultivos de hoja de coca se desplomó. Pasó de 33 mil hectáreas en los primeros cinco meses de 2022, a cuatro mil 500 en el mismo lapso de este año, lo que implica una caída del 87 por ciento, según las cifras del propio Ministerio de Defensa.

Mientras la atención de las autoridades colombianas está puesta en la interdicción de los cargamentos de cocaína y en el ataque a las rutas del narcotráfico, los campesinos están extendiendo sus cultivos.

“Esto hace que haya más oferta de coca en las regiones y por eso el precio baja”, dice el profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, Hernando Zuleta.

El experto en política de drogas señala que el hecho de que se hayan producido cambios significativos en la cúpula de la policía y de las Fuerzas Militares de Colombia también puede estar influyendo en las modificaciones que experimenta el negocio cocalero en este país.

“Es posible que esos cambios hayan roto acuerdos con narcotraficantes y hayan afectado la fluidez de las rutas”, asegura el doctor en economía.

Ríos de coca

Según mediciones más recientes de la oficina estadounidense de Política Nacional de Control de Drogas (ONDCP, por sus siglas en inglés), los cultivos de hoja de coca en Colombia llegaron a 234 mil hectáreas en 2021, la cifra más alta en dos décadas.

Juan Carlos, el campesino cocalero del departamento del Cauca, afirma que en toda la región andino-amazónica del sur de Colombia están creciendo los cultivos, a pesar de que el mercado está deprimido, lo que “va a empeorar más la situación porque va a haber más sobreoferta y los precios pueden caer más”.

Hoja de coca.

De acuerdo con la ONDCP, en Perú también han aumentado los cultivos cocaleros. En 2017 alcanzaban las 49 mil 800 hectáreas, y en 2021, llegaron a 84 mil 400 hectáreas, lo que significa un crecimiento del 69.5 por ciento. Además, las plantaciones peruanas tienen una productividad que duplica a la de Colombia.

En Bolivia, los cultivos de hoja de coca pasaron de 31 mil hectáreas en 2017, a 39 mil 700 en 2021, un aumento de 28 por ciento en cuatro años.

El investigador Ricardo Vargas sostiene que Bolivia se ha convertido en “la llave maestra” de la reconfiguración del mercado global de la cocaína porque en ese país “se instalan los grandes beneficiarios del auge actual de la demanda en Europa, Asia y Australia”.

Según fuentes de la Policía Nacional de Colombia, operadores colombianos del narcotráfico se han trasladado a Bolivia para organizar desde ese país embarques de cocaína con destino a Europa, a través de Brasil y Argentina, y al continente asiático, a través de Chile.  

De acuerdo con datos de la Oficina de Naciones Unidas contras la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés), Estados Unidos concentra el 30 por ciento de los consumidores de cocaína en el mundo, seguido de Europa, con el 24 por ciento; América Latina y el Caribe, con  24 por ciento; Asia y Oceanía, con 13 por ciento, y África, con 9 por ciento.

En el Informe Mundial sobre la Cocaína 2023, la UNODC sostiene que el mercado de esa droga en Estados Unidos alcanzó su punto máximo en 2017 y se ha contraído ligeramente desde entonces.

De acuerdo con Vargas, la consolidación de los mercados emergentes de consumo de cocaína es lo que más está impulsando los cambios en la geopolítica global de esa droga en todos sus niveles: producción, rutas transnacionales y actores criminales involucrados en el negocio.

Hasta las prostitutas se afectan

En Piamonte, Cauca, un municipio de gran extensión (mil 148 kilómetros cuadrados) en el que, además de abundancia de sembradíos de hoja de coca hay petróleo, la crisis de la coca ha provocado una contracción económica.

Un comerciante que pide omitir su nombre afirma que “todo está malo porque la gente no compra como antes, no hay dinero, la ‘merca’ (pasta base de cocaína) no está saliendo mucho”.

La economía de la coca incluye no sólo a los campesinos dueños de las plantaciones cocaleras, sino también a los “raspachines”, que cosechan la hoja, y a los comerciantes, que venden los productos con los que se procesa la planta (cemento, cal, soda cáustica, bicarbonato de sodio, amoniaco, ácido sulfúrico y gasolina, entre otros). También a los bares y prostíbulos en los que suelen gastar sus ingresos los recolectores de las cosechas, que son en su mayoría población flotante. 

 “Hasta las putas se han ido a otros pueblos, y las cantinas ya no venden tanto trago, como antes”, dice el comerciante.    

Petrit Baquero, un investigador de la dirección colombiana de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito, señala que se está registrando “una profunda crisis económica social y humana en los territorios cocaleros, donde la gente está pasando incluso hambre”.

Cultivo de coca. Foto cortesía.

Reynel, un campesino que tiene una pequeña parcela de hoja de coca, asegura que “si el gobierno de Petro se pone las pilas (se aviva) es buen momento para meterle más fuerza al programa de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos”

Este programa, al cual se acogieron desde 2017 unas 99 mil familias de productores cocaleros, fue el corazón del punto sobre drogas del acuerdo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018) y la antigua guerrilla de las FARC, pero solo el 1 por ciento de las familias inscritas ha recibido toda la ayuda prometida por el Estado para reemplazar su economía agrícola.

Reynel dice que él ingresó a ese programa, pero lo abandonó dos años después porque no llegó toda la asistencia técnica y financiera prometida para plantar yuca en vez de hoja de coca en su parcela.

El director de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito, Felipe Tascón, un respetado especialista en políticas de drogas, afirma que en este momento la prioridad es “pagar la deuda que el Estado tiene desde hace años” con las familias que sustituyeron sus cultivos y a las cuales abandonó el gobierno anterior.

Los compromisos que no se han cumplido son la entrega de 36 millones de pesos (unos ocho mil 500 dólares) a cada una de esas familias y la construcción de carreteras para que puedan sacar sus nuevos productos, pues sus predios están en zonas a las que solo se accede a pie o a caballo.

Tascón dice que no se trata simplemente de cambiar una planta por otra sino de transformar la economía de esas regiones llevando desarrollo e inversión social. Pero esto es un proyecto de mediano y largo plazo.

El presidente Gustavo Petro ha dicho que es probable que la baja en la demanda de pasta base de cocaína en Colombia tenga que ver con que los estadounidenses “han cambiado sus consumos (de drogas), sus gustos, y se desplazan de la cocaína” a otros estupefacientes como el fentanilo, un opioide sintético que está provocando miles de muertes por sobredosis en Estados Unidos.

Para expertos como Hernando Zuleta y Ricardo Vargas, el auge del fentanilo en Estados Unidos y Canadá no es la causa de la transformación que experimenta el mercado de la cocaína porque se trata de drogas para segmentos de consumidores muy diferenciados. La cocaína causa un efecto estimulante, de euforia, y el fentanilo es un potente analgésico con efectos relajantes.

“El fentanilo no tiene absolutamente nada que ver en los cambios que está teniendo el mercado de la cocaína”, dice Vargas.

Juan Carlos, el campesino cocalero que tiene un sembradío de dos hectáreas de hoja de coca en el Cauca, cree que más allá del fentanilo, de la sobreproducción y de los cambios en el mercado global, es una tarea “muy, muy complicada” sustituir la economía cocalera en la Colombia profunda.

“Es que si se acaba la coca –dice–, se acaba todo. Es el sustento del campesino. Si el campesino no tiene coca, no es nada, porque ahorita ponerse a sembrar plátano o yuca casi no da plata…”.

PROCESO

RC

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