Buenos Aires, 1 de enero de 2022 – El peso convertible, la moneda creada hace 30 años en Argentina para cortar de cuajo con la hiperinflación, logró equivaler a un dólar estadounidense durante un década, pero con el correr del tiempo y las recurrentes crisis en el país suramericano se fue depreciando y actualmente no vale ni medio centavo de la moneda norteamericana.
El peso convertible reemplazó al austral como moneda de Argentina y comenzó a circular el 1 de enero de 1992 a partir de la ley que en marzo de 1991 había fijado la paridad entre la moneda nacional y el dólar estadounidense, como parte de las medidas impulsadas por el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, para poner fin a la hiperinflación de 1989-1990 y la estrepitosa devaluación del austral.
El artificial «uno a uno» entre el peso y el dólar rigió durante una década, hasta que el 6 de enero de 2002, en medio de la severa crisis económica, política y social desatada a finales de 2001, el Parlamentó derogo la convertibilidad.
El 3 de febrero de 2002 el entonces presidente provisional, Eduardo Duhalde (2002-2003), estableció que las deudas y los depósitos en dólares que habían quedado atrapados en los bancos fueran convertidos forzosamente a pesos ya devaluados.
Para el economista Mariano De Rosa, la política monetaria del «uno a uno» fue «sustentable» mientras se mantuvo el déficit fiscal «cero», pero eclosionó precisamente por el abandono de esa disciplina fiscal desde mediados de la década de 1990, con un gasto público en aumento que hacia 2001 se quedó sin fuentes de financiación.
«La crisis de finales de 2001 fue una de las más grandes de la historia argentina, con una devaluación de casi el 400 % en dos días», dijo a Efe De Rosa, creador y director ejecutivo del portal Más Inversiones.
NI MEDIO CENTAVO
Desde 2002, cuando se terminó la convertibilidad, la inflación acumulada en Argentina ha sido del 435 %.
El peso, en tanto, de equivaler a un dólar, actualmente -a la cotización en el mercado libre- vale poco menos de medio centavo de dólar.
La treintañera moneda argentina se depreció tanto que la cesta básica de alimentos para un adulto, que a finales de 2001 valía 61 pesos, actualmente cuesta 10.267 pesos.
«La relación peso-dólar era 1 a 1. Hoy es de 200 a 1. Eso es una subida del 20.000 %. En los 90 nos compramos un teléfono móvil por el mismo valor al que hoy compramos tal vez una caja de leche», dijo De Rosa.
La pérdida de valor del peso obligó con el tiempo al Banco Central a incorporar billetes de mayor denominación: en junio de 2016 entró en circulación el billete de 500 pesos y en diciembre de 2017, el de 1.000, por entonces equivalente a 55 dólares y que hoy sólo alcanzan para comprar 5 dólares en el mercado informal.
DESCONFIANZA TOTAL
De acuerdo con el Observatorio de Divisas que publica semanalmente el economista estadounidense Steve Hanke, de la Universidad Johns Hopkins, el peso argentino, con una depreciación del 62 % desde inicios de 2020, es la sexta moneda más devaluada del mundo en relación al dólar estadounidense, un ránking que lideran las monedas de Venezuela, Líbano, Zimbabue, Sudán y Siria.
Según explicó De Rosa, las monedas deben tener tres características esenciales: ser reserva de valor, servir para hacer transacciones y ser referencia de precio.
«En Argentina, cuando el peso se empezó a devaluar cada vez más, lo dejamos de asignar como reserva de valor. No ahorramos en pesos, sino en cualquier otra cosa, principalmente en dólares», apuntó el experto.
Y esto por un historial aprendido de crisis recurrentes y altísima inflación que minan la confianza de los ciudadanos en la moneda de su país.
«En Argentina hay una desconfianza total sobre la moneda. Todos estamos esperando una devaluación porque nuestra crisis es de expectativas. Lamentablemente esta relación está totalmente rota desde hace 20 años», sostuvo De Rosa.
Para el economista, el país suramericano «necesita reformas estructurales de largo plazo, un consenso político generalizado y un consenso de la población» para que los argentinos puedan volver a «darse la mano» con el peso.
Natalia Kidd
EFE