ELN: el detonante de la guerra contraterrorista que se inicia en Colombia

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Por Luis Fernando Quijano, director de la Agencia de Prensa Análisis Urbano

El profesor de la Universidad Nacional, Víctor de Currea Lugo, ya lo dijo en forma tajante: el ELN hizo “trizas” la paz.

Esto quiere decir la promesa de la ultraderecha colombiana de hacer “trizas” los acuerdos de paz la cumplió, paradójicamente, la ultraizquierda: el ELN, con el atentado con un carro bomba cometido por esa guerrilla contra la Escuela de Cadetes de Policía el pasado jueves 17 de enero y en el cual murieron 21 personas entre las que figuran 20 jóvenes cadetes y el atacante.

Con esto, según dice a Análisis Urbano el profesor De Currea Lugo, el ELN “cerró las puertas” a una negociación para darle una salida política al conflicto armado y “pateó el apoyo” de las organizaciones de la sociedad civil que habían respaldado los accidentados diálogos que sostuvieron con los gobiernos de Juan Manuel Santos y de Iván Duque, aunque con este último nunca llegó a formalizarse una mesa de conversaciones,

De Currea Luego señala que el ELN “no aprendió a hacer política ni leyó el rechazo” que produjeron en la sociedad atentados que cometió en el pasado, como las bombas en el barrio La Macarena y en el Centro Comercial Andino en Bogotá, que dejaron cuatro muertos –un policía y tres mujeres— en 2017.

El experto en conflicto armado describe con claridad el trasfondo político de un escenario fatal para Colombia: el regreso a la guerra.

Con el acuerdo de paz con las FARC, el país había logrado reducir la violencia a los niveles más bajos del último medio siglo.

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Pero de alguna manera se nos olvidó o no quisimos o no pudimos hacer la paz completa, lo que significaba lograr un acuerdo con la otra guerrilla, el ELN, que por su parte no ha tomado la decisión política de transitar a la vida legal sin armas, pero sí estaba dispuesta a explorar en una mesa de negociación la posibilidad de ponerle fin al conflicto armado.

Pero ahora el carro bomba en la Escuela de Cadetes de la Policía cerró de tajo los diálogos de paz.  Un acto de terror como ese por lógica tenía que conducir a ese escenario. Logró lo que no pudieron hacer los secuestros y las voladuras de oleoductos.

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El carro bomba fue un error militar y político de la guerrilla de Gabino. Los 20 cadetes muertos, las decenas de heridos –entre los que figuran civiles y menores de edad–, rompieron el corazón de millones de colombianos, los llenó de dolor, de rabia, odio y, en alguna medida, de sed de venganza.

Con su acción, el ELN le dio a la extrema derecha colombiana el pretexto que siempre había buscado para volver a la guerra y para que el crimen urbano-rural y los centenares de asesinatos de líderes sociales pasen a un segundo y tercer plano de la vida nacional. Es decir, a la irrelevancia.

Esos sectores extremistas, ligados al paramilitarismo y a sus crímenes atroces, y a los cuales los antioqueños conocemos muy bien, se deben sentir muy complacidos con el ELN. Ya tienen el pretexto para hacer creer al país que el único problema del país es la izquierda.

Durante los dos gobiernos de Álvaro Uribe (2002-2010), ese problema único tenía nombre propio: las FARC. Desde el día del bombazo en la Escuela de Cadetes de la Policía el nombre, en esa narrativa, cambió a ELN.

Es claro que los diálogos de paz se estaban muriendo desde el mismo momento en el que fue electo Iván Duque Márquez como presidente de Colombia. Él y quienes lo eligieron no querían continuar con la mesa instalada en Cuba con el ELN y la bomba solo fue la carambola que finalizó la partida.

 

Tras posesionarse el 7 de agosto pasado, al nuevo gobierno se le notó a leguas que no quería continuar lo que su antecesor Juan Manuel Santos dejó: una mesa de diálogos y negociación instalada y funcionando con el ELN y con acompañamiento internacional.

El atentado del 17 de enero le ayudó a quitarse la molestia de una vez por todas. Ya no se necesitaba realizar exigencias permanentes, la inteligencia del Estado sabía que el ELN se estaba desesperando, solo había que esperar pacientemente y así pasó: el golpe militar efectuado por esta organización insurgente le generó el repudio nacional y, con eso, se crearon las condiciones subjetivas para el regreso a al guerra y para poner a ese grupo insurgente como el único mal de este país, como si en Colombia no existieran corrupción, impunidad para las elites de cuello blanco, una matanza sistemática de líderes sociales, crimen trasnacional, crimen organizado enquistado en el tejido social y violencia urbana.

El ELN invocó como justificación que era un acto de guerra “legítimo”, pero es evidente, como dice el profesor De Currea Lugo –tal vez el académico del país que más conoce a esa guerrilla–, ese grupo insurgente no leyó la enorme indignación que genera el terrorismo en el país. Esto no significa que no haya medido el impacto de esa acción de terror.

Un acto como este tiene consecuencias que estamos seguros fueron estudiadas hasta la saciedad por el Comando Central, el COCE, y la Dirección Nacional del ELN, que fue la que firmó el comunicado reivindicando el atentado.

Ellos sabían lo que pasaría, a menos que existan profundas fisuras adentro, cosa que no creemos por que las treguas decretadas y el comunicado firmado por la Dirección Nacional nos hablan de una insurgencia cohesionada en lo esencial, aunque pudiera tener tendencias y matices en sus filas.

Los jefes elenos actuaron como militares y creyeron que este acto de guerra serviría para equiparar las cargas con el gobierno de turno, por los golpes recibidos. Además, pueden haber pensado –con menosprecio por la intolerancia ciudadana frente al terrorismo– que forzarían la continuación de la mesa, cosa que no ocurrió.

Iván Duque, quien según una encuesta de Gallup del mes pasado tiene un rechazo del 64 por ciento, esperaba la oportunidad de oro para reventar los diálogos y lo consiguió sin mucho esfuerzo. A nadie le extrañe que el ELN, además, haya logrado revivir al mandatario y levantar su popularidad.

El ELN deberá tener claro que la puerta del diálogo se cerró al menos en el corto y en el mediano plazo. Creemos que en estos cuatro años del gobierno de Duque no seguirán y que, en cambio, lo que viene será una guerra sin cuartel que causará, como siempre, un impacto enorme entre la población, tanto en víctimas como en desplazados y represión.

El escenario de esta guerra estará acompañada del fortalecimiento de la doctrina de la seguridad nacional y de la noción del enemigo interno, que regresará con más furor.

Guerra contraterrorista

Es claro que ya no será una guerra contrainsurgente como la ejecutada contra las FARC e incluso contra el ELN en los últimos meses.

El paradigma de antaño cambiará ya que se justificará que no es la lucha contra una organización insurgente sino contra terroristas disfrazados de guerrilleros. Se desatará entonces la guerra contra el terrorismo y será avalada por muchos gobiernos extranjeros, con Estados Unidos a la cabeza, el mismo país que impulsa la “transición” en Venezuela sin descartar una invasión militar.

Los líderes sociales seguirán siendo asesinados y las comunidades campesinas sufrirán desplazamiento desplazo. Además, regresará por la puerta grande el para-Estado y sus ejércitos paramilitares, que estarán presentes en los territorios cumpliendo el papel que mejor saben ejecutar: quitarle el agua al pez, lo significa masacres, desplazamiento interno y desapariciones a diestra y siniestra.

Como estamos ante un nuevo enfoque de la guerra, ya no será solo en el entorno rural sino también en el urbano.

Esta guerra contrainsurgente tendrá varios componentes, como el reforzamiento de la inteligencia no solo en el campo tecnológico ya que tendrá énfasis en la inteligencia humana.

Por ejemplo, habrá que esperar la utilización del artículo 15 de la ley 1908 de 2018 o Ley de Sometimiento, que permite el uso de agentes encubiertos para que se infiltren en los GAO.

El ELN ha sido catalogado como Grupo Armado Organizado (GAO) por la Fiscalía General de la Nación, las Fuerzas Militares y el actual gobierno.

Estos agentes, que pueden ser externos o miembros del mismo grupo, podrán   infiltrarse en estas estructuras e intervenir en los sistemas de comunicaciones de la organización para ayudar a su desarticulación. Así, estos “señuelos” recibirían beneficios judiciales. Toda una estrategia de delación.

En los años 70 y 80 ya ocurrió algo similar en México, cuando los aparatos de seguridad del gobierno –en especial la Dirección Federal de Seguridad, la principal aliada del narcotráfico en ese país por aquellos años— infiltraron a la guerrillera Liga 23 de Septiembre y al movimiento social.

Llegó un momento, cuentan los expertos, en había más agentes encubiertos que guerrilleros al interior de ese grupo insurgente urbano creado por estudiantes universitarios.

Aquí se pedirá asesoría y capacitación extranjera en la lucha contra el terrorismo. Por ejemplo, de Inglaterra que enfrentó al Ejército Republicano Irlandés (IRA); de Perú, que luchó contra el terrorismo urbano de Sendero Luminoso; de España, que enfrentó a la ETA, y, desde luego, de Estados Unidos, que lanzó su “cruzada” contra el terrorismo en Irak y Afganistán y que, con esa estrategia, sólo logró la aparición y el fortalecimiento del terror del fundamentalismo islámico representado en Al-Qaeda e ISIS.

Un sector de la institucionalidad colombiana buscará, como lo hizo en la guerra contra el Cartel de Medellín y Pablo Escobar, tener aliados en el crimen urbano y rural, bajo la consigna de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Estamos hablando de una versión moderna de Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar), grupo paraestatal conformado por narcotraficantes del Cártel de Cali, mafiosos, ex socios de Escobar, policías, militares e incluso agentes norteamericanos.

Puede esperarse, también, la activación de un plan de prevención que consistiría en ultra reforzar las instalaciones policiacas, militares y consideren estratégicas para el gobierno nacional.

Habrá bombardeos estratégicos a las principales zonas de retaguardia rural del ELN, además de operaciones de aniquilamiento contra sus principales líderes, tal y como ocurrió con las Farc, el EPL y ahora con las AGC.

Teniendo esto en cuenta, también es importante recalcar que el ELN lleva 50 años enfrentando al Estado colombiano, que ha capoteado con éxito todo tipo de estrategias militares y políticas y todavía sigue activo y en crecimiento.

A partir del año 2014, como lo plantea la periodista Marisol Gómez en su artículo en El Tiempo, El dilema de Duque frente a la amenaza terrorista del Eln, esta guerrilla decidió la creación del Frente de Guerra Urbano Nacional, al mando de Ariel.

Y hoy ya cuenta con una red de milicias urbanas con alta capacidad logística para emprender acciones como la del jueves 17 en la Escuela de Cadetes de la Policía

El ELN, según entrevista realizada por Análisis Urbano a Pablo Beltrán hace algunos meses, afirma que hacen presencia en 17 centros urbanos de Colombia.

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Esto permitirá tener en cuenta que ahora veremos al ELN apostándole a las acciones militares en lo urbano para enfrentar al Estado colombiano. El carro bomba es parte de esa estrategia de guerra urbana, lo que significaría que no será el primero ni el último en explotar.

Finalmente, queda claro que el gobierno nacional y el ELN medirán fuerzas en la guerra urbana e intensificarán su enfrentamiento en el entorno rural.

La violencia en Colombia aumentará, así como la criminalidad urbana y rural en cabeza de las estructuras paramafiosas como las AGC, la Oficina del Valle de Aburrá, Los Caparrapos y el crimen trasnacional con rostro mexicano, entre otras, que tendrán su respiro y podrán crecer y expandirse.

Podría suceder, incluso, que terminen siendo seducidas para apoyar la guerra contra el terrorismo. El panorama es oscuro e incierto.

La ONG Corpades y la Agencia de Prensa Análisis Urbano le recuerdan al gobierno nacional que preside Iván Duque Márquez que, cuando se entablan negociaciones de paz, hay momentos en los que se presentan actos de guerra o de terrorismo que pueden dañar los diálogos.

Bueno sería que el gobierno revisara la historia y aprendiera de esta. Mientras Estados Unidos y el Viet Cong negociaban a principios de los 70 en Francia una salida política a la guerra de Vietnam, ocurrieron centenares de acciones de guerra en el campo de batalla y no por ello se rompieron los diálogos.

Hoy mismo, Estados Unidos sostiene diálogos con el grupo islámico terrorista afgano del talibán. Se iniciaron formalmente el mes pasado.

¿Y quién les reprocha a los gringos negociar con un grupo terrorista que sigue cometiendo atentados terroristas que han dejado miles de muertos en todo Afganistán? 

A partir de entender que siempre, indefectiblemente, todos los conflictos como el que vivimos en Colombia acaban en una negociación, es urgente retomar un camino del diálogo con el ELN, en el que tanto esta guerrilla como el gobierno nacional hagan caso a lo que clama la mayoría de la población colombiana: la paz.

A nadie, excepto a quienes se lucran con la guerra, le sirve un nuevo baño de sangre.

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