La necesidad de comer desafía el miedo al coronavirus en las calles colombianas

FECHA:

Alarson Ramos Peña lleva toda una vida, exactos 43 años, recorriendo las calles del barrio de Manga, en Cartagena de Indias, con su carretilla llena de frutas y verduras, pero con la cuarentena contra el coronavirus ha tenido que cambiar su rutina para poder vender algo y tener qué comer.

«No puedo dejar morir de hambre a los pelados (hijos) ni a la mujer, tengo que salir a camellar (trabajar); no soy de aquí, soy de un pueblo», dice a Efe y critica la falta de ayudas para los más pobres: «No nos han dado nada, entonces uno no va a pasar necesidad en la casa».

Ramos es uno de los miles de vendedores callejeros de la costa atlántica colombiana que diariamente ofrecen alimentos de casa en casa, de frutas a pescado, y que por la necesidad de ganarse el sustento tienen que seguir en las calles, ignorando la cuarentena nacional que comenzó el 25 de marzo y fue prolongada hasta el 27 de abril.

Sin embargo, por las restricciones de movilidad que conlleva la cuarentena, la Policía ya no deja a Ramos entrar a Manga, y tiene que irse a otros barrios, como Daniel Lemaitre, Crespito y Canapote, donde el poder adquisitivo es menor y en consecuencia sus ingresos también.

MIGRACIÓN E INFORMALIDAD

La baja calidad del empleo es uno de los problemas sociales de Colombia donde, según el estatal Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE), 47 de cada 100 trabajadores están en la informalidad.

En Cartagena, donde la informalidad es del 55 %, mayor a la media nacional, un joven venezolano, sin más protección que una mascarilla de tela común, vende café o agua a quienes hacen fila frente a un local del populoso barrio de San Francisco para recibir una remesa de dinero.

El inmigrante, que no quiere dar el nombre, cuenta que está hace diez meses en Colombia con su mujer y sus tres hijos y que, si no sale a vender, su familia no come ese día porque el coronavirus también dejó sin trabajo a su cónyuge.

«Mi esposa trabajaba en un restaurante, pero como todo está cerrado está en el hogar con los chamos (niños)», dice.

La migración masiva de venezolanos, que en Colombia son más de 1,8 millones, amplió la base de la informalidad laboral y la crisis por el COVID-19 agravó la situación.

«En la comunidad no nos ha llegado ninguna ayuda, no nos han censado y tenemos miedo porque somos venezolanos. No sabemos, pero de repente reciben ayuda los colombianos pero los venezolanos no», afirma.

El desempleo en Colombia en febrero pasado fue del 12,2 %, pero la Fundación para la Educación Superior y el Desarrollo (Fedesarrollo) calcula que con la paralización del país por la cuarentena la tasa puede llegar al 19 %.

LARGAS JORNADAS EN LAS CALLES

Álvaro Palacios, a su avanzada edad, recorre a pie las solitarias calles de Crespo, un barrio tradicional de Cartagena, vendiendo rosquillas; son pasadas las cinco de la tarde y solo ha ganado 10.000 pesos (unos 2,5 dólares) después de un día entero bajo el sol caribeño.

«No tengo ningún Sisbén (sistema de beneficiarios de programas sociales), no tengo a nadie que me dé nada, tengo que salir a trabajar porque tengo dos niñas y un niño y mi señora», cuenta este hombre que también afirma no haber «recibido ninguna ayuda, ni un grano, ni una bolsa de agua».

Hace un mes trabajaba de vendedor en las playas que por esa época estaban atestadas de turistas, hoy no sabe cómo pagar los dos meses de arriendo que se le van a acumular: «No sé si me van a echar de la casa», dice.

EXPOSICIÓN AL RIESGO DE COVID-19

En la vecina Barranquilla pasa lo mismo, miles de personas salen todos los días a la calle, exponiéndose a contraer el coronavirus, para ver qué consiguen para llevar a la mesa de su casa.

«Tenemos que pagar arriendo, tenemos los hijos a los que hay que darles de comer día a día y si no salimos ¿cómo los vamos a alimentar y a pagar arriendo?», dice a Efe el venezolano Adrián Jusé mientras empuja una carretilla en la que vende víveres.

Pero unas son de cal y otras son de arena, y Jusé reconoce que aunque la situación está difícil, en estos días de cuarentena le va mejor porque mucha gente teme salir a la calle por el COVID-19 y prefiere comprar a quienes les llevan las cosas hasta la puerta de casa.

«Gracias a Dios estamos en la calle ganándonos la comida (…) En un día normal me ganaba 40.000 pesos (unos 10,25 dólares) y ahora me estoy haciendo 80.000 ó 90.000 (unos 23 dólares) y ha subido un poco más la venta por el coronavirus», afirma.

Carlos Plata y su hermano Arsenio también recorren con una carretilla cargada de frutas y verduras calles de los barrios populares de Barranquilla a la espera de vender sus productos porque, al igual que los demás, dicen no haber recibido ayuda de las autoridades y tienen hijos e incluso nietos que no pueden esperar a que pase la crisis del coronavirus para comer.

EFE

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