«Gobernar una ciudad como Medellín no es fácil: crisis de movilidad, narcotráfico, bandas delincuenciales y una ciudadanía que, en gracia de discusión, ya no traga entero. En muchas ocasiones el gobernante de turno, para tratar de hacer ver lo que ha hecho, cae en los vicios que apareja la vanidad del poder: dice que todo está bien, regaña a quienes le preguntan por lo que anda mal, muestra cifras positivas como si la ciudad fuera una bolsa de valores, besa a ancianos, carga niños, come en platos desechables para dejar esta imagen apresurada de “Yo estoy con ustedes y vean que somos iguales”. Pero es solo eso, vanidad». (Continuar leyendo aquí).