El 19 de septiembre de 2018, el boletín que emitió la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá (Meval) anunciaba que «NO SE REPORTARON CASOS DE HOMICIDIO DURANTE LAS ÚLTIMAS 24 HORAS». Sin embargo, la mañana del 18 de septiembre tres amigos desaparecieron forzadamente en la comuna 13 de Medellín y 73 días después fueron hallados en una fosa común. Eran Andrés Felipe Vélez Correa, de 21 años; Santiago Urrego Pérez, de 18 años; y Jaime Andrés Manco Gallego, de 23 años.
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El 1 de enero de 2019, a las 9:00 a. m., en la quebrada Altavista, a la altura de la calle 29A con carrera 69B, barrio Granada de la comuna 16 (Belén), cerca del Aeroparque Juan Pablo II, fueron halladas tres bolsas plásticas de color negro que, empacadas a su vez en costales de fique, contenían partes humanas en avanzado estado de descomposición. Al parecer el occiso fue desmembrado unos días antes en una casa de tortura y pique que estaría ubicada en Belén Rincón.
El 13 de enero de 2019, en la vieja vía del ferrocarril, a la 1:53 a. m., a la altura de la calle 103, del barrio Ancón II, en el municipio de Copacabana, norte del Valle de Aburrá, fueron hallados los cadáveres de dos hombres de entre 28 y 31 años que presentaban cortes en diferentes partes del cuerpo realizados con arma blanca, varias de sus partes fueron halladas en bolsas plásticas y estas a su vez contenidas en costales de fique. Al parecer estas personas eran de la comuna 13 de Medellín. Una de las hipótesis que existe es que fueron decapitados en esta comuna y llevados a Copacabana; la otra es que fueron citados en ese municipio y decapitados allí.
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El 9 de marzo de 2019, en diferentes lugares de la comuna 15 (Guayabal), fueron halladas las partes de un hombre entre 25 y 35 años en varias bolsas y costales. Primero fue hallado el tórax, que al parecer fue dejado allí desde el día viernes, envuelto en bolsas plásticas; posteriormente fueron halladas sus extremidades y la cabeza.
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Muchos de estos casos se presentan los días en que se habla de disminución de homicidios o cero homicidios, pero es una realidad que difícilmente se puede negar.
Lo anteriormente descrito es la antesala para presentar el caso de una persona que fue desmembrada en una casa de tortura y pique ubicada en un sector de la zona nor…. de Medellín. Los hechos ocurrieron en enero de 2019 y los testigos pidieron no revelar el sitio pues podrían recibir retaliaciones por parte de la organización criminal ya que todas las personas que observaron las escenas antes, durante y después del descuartizamiento temen por su vida y fueron amenazadas si divulgaban lo ocurrido. Además dejaron en evidencia que miembros de la Policía podrían estar en plena connivencia con estos criminales.
«Quédense quietos y callados. No han visto nada»
Un grupo de personas se encuentra conversando cuando aparecen unos sujetos que, sin mediar palabra, les dicen: «Quédense quietos y callados. No han visto nada». Luego se van y pasan con otros hombres; en medio de ellos llevan sujetado a un joven que, aterrorizado, observa para todos los lados tratando de buscar una ayuda que nunca recibirá. «La gente de por acá saben de antemano qué va a pasar y tienen claro que es mejor guardar silencio ya que la próxima víctima podría ser quien se oponga a los designios de “los muchachos” del barrio», afirma uno de los testigos.
Los criminales se pierden de la vista de los espectadores, transcurren unos minutos y se empiezan a escuchar gritos de terror y dolor. Luego todo queda en silencio. Reaparecen los sujetos llevando unas bolsas de plástico negras amarradas y las echan a un carro que los está esperando; entran a un sitio y, a la vista de todos los aterrorizados habitantes, lavan unos cuchillos muy grandes untados de sangre y luego sus manos.
Estos hombres salen a la calle a la vista de todo mundo y con mofa y en forma intimidatoria preguntan: «¿Qué vieron?, ¿que escucharon?». Las personas responden al unísono: «Nada vimos, nada escuchamos». Satisfechos con las respuestas, vociferan: «Bien, así es como debe ser, manéjense bien».
Los testigos terminan su relato explicando que por esta zona hay unas marraneras y en una casucha es la que tienen acondicionada para torturar y picar a las víctimas. «Los marranos les ayudan a desaparecer algunos restos, incluso parece que se beben la sangre de los finados», y concluyen: «La vida no vale nada por acá, esta es la Medellín segura».
En una ciudad democrática y justa estas atrocidades no podrían ocurrir; la tortura y el desmembramiento de personas en casas de tortura y pique es una realidad. Muchos de ellos no volverán y la desaparición forzada seguirá aumentando paulatinamente en medio del silencio cómplice de autoridades y el silencio producto del miedo de muchos habitantes en las comunas y corregimientos de Medellín y el resto del Valle de Aburrá.
Mañana saldrán las autoridades a desmentir lo ocurrido con este joven anónimo que fue torturado, descuartizado y desaparecido. Anónimo quedará su nombre y el lugar donde fue destrozado. Así será. Por razones de seguridad de los que están vivos, pero aterrorizados, no se pueden revelar los detalles, aunque debemos aclarar que la agencia de prensa Análisis Urbano no pudo conocer más a fondo los detalles; el miedo de los testigos no lo permitió. En estos tiempos en los que todo se compra y se vende nadie confía en nadie.
Lo ocurrido reafirma que no es válido que la institucionalidad siga empecinada en realizar la medición de la violencia en Medellín y su área metropolitana teniendo como referente el aumento o la disminución de homicidios. Este no puede seguir siendo el único indicador de seguridad y convivencia en la ciudad. Queda claro que la desaparición forzada es evidente y los móviles son variados, que siempre estará relacionada con la tortura psicológica y material que se le inflige a las víctimas en lugares que todavía hoy se niega que públicamente que existan: las casas de tortura y pique.
Apunte Urbano
La práctica de torturar para luego desmembrar, asfixiar o matar con arma contundente, de fuego o arma blanca es empleada por el crimen urbano y rural. La llegada del crimen trasnacional con rostro mexicano o brasileño hará crecer esta atroz práctica.
Mientras la institucionalidad no reconozca que la desaparición forzada se utiliza desde hace décadas en la guerra urbana de Medellín y es acompañada de torturas en las famosas y permanentemente negadas casas de tortura o pique, seguiremos sin una estrategia clara para enfrentar esta práctica criminal que hoy tiene en vilo a un número significativo de familias. Muchas de ellas aún desconocen el paradero de sus allegados, otras lo saben, pero son obligadas a callar.