Columna de opinión
Por Monkey D, Dragon*
Prendes la televisión y en las noticias internacionales te encuentras que siria es en este momento el país más peligroso del mundo, en este momento el mundo libra una guerra en dónde un grupo terrorista transnacional denominado países aliados atacan tenazmente al grupo terrorista internacional Estado Islámico. Terroristas Vs terroristas, criminales de la peor calaña contra criminales de la peor calaña, es lo que nuestros ojos ven.
Por un momento pensarás, dentro de tu ingenuidad que eso allá es “una calentura”, un lugar peligrosísimo en dónde nadie querría vivir, salvo los que tuvieron la desdicha de nacer en ese lugar sin democracia y pobreza sin igual, pobreza empetrolada. Sin embargo querido lector y lectora, déjame decirte que Siria tiene los lentes del periodismo internacional y las grandes fábricas de opinión, pero que nuestro país también vive una crisis humanitaria casi que incalculable y que usted y yo quizás sepamos más de la pobreza venezolana que la pobreza y miseria en Colombia.
Después de Siria Colombia es el país con más desplazamiento forzado, con una guerra contra insurgente de medio siglo, y con una población en su mayoría en condiciones de miseria generalizada. Aquí hay varias colombias, está la Colombia del norte de Bogotá, del poblado de Medellín y llano grande y así sucesivamente la Colombia opulenta de los barrios más costosos del país, en dónde viven ministros, traquetos, hacendados y banqueros por igual desde que tengan como mantener ese estatus lujoso. Y está la Colombia en dónde vivimos tu y yo, la Colombia de las necesidades básicas insatisfechas, la Colombia que nos recuerda cada fin de mes o cada quince días que debemos vender muy barata nuestra fuerza laboral para no llegar a los niveles de miseria que tienen nuestros compatriotas que respiran en nuestro cuello, y hacen parte de la tercera Colombia, la Colombia del cambuche y la indigencia.
Los que gozan del confort que da el dinero, no entenderán que para muchas personas una deuda que excede un millón de pesos, es una deuda millonaria, que no tener por lo menos 50 mil pesos para movilizarse en semana es una tragedia, y que cuando los servicios suben a 150 mil es una factura desorbitante. La mayoría de esos colombianos que viven en la opulencia no entenderán ni viendo documentales, que la pobreza es uno de los factores más denigrantes de la dignidad humana.
Es contra esa realidad turbia y sórdida contra la que muchos líderes luchan día a día, se lucha desde la resistencia, desde procesos participativos y movilizaciones sociales. También se lucha desde la desobediencia y la obstinación. Desde ahí algunos héroes, esos seres invisibles del barrio y la vereda, luchan contra un sistema que oprime al pobre mientras justifica la infamia de la segregación y la discriminación.
En este segundo grupo de hombres estaba Jairo Maya, un hombre que se fue de este mundo con una mirada fija, digna, una mirada que denotó rabia pero que también en muchos casos albergaba una inexorable tristeza. Sus grandes ojos, penetrantes y auscultantes nunca evadían la mirada de nadie, porque quizás su transparencia lo llevaban a no esconder nada de lo que su ser era. Rebeldía, inconformidad, afecto y la denuncia a los desmanes del poder y la ilegalidad eran para parte de su ética y para nosotros su sello personal.
Jairito, Jairo, jairillo como yo le decía, se lo llevó una enfermedad, una enfermedad que se puede controlar y la gente vivir longevamente, un tratamiento oportuno y efectivo de la enfermedad le hubieran permitido a nuestro bonachón amigo, haber vivió mucho más tiempo, porque quienes defendemos los derechos humanos, quizás inconscientemente queremos para morir dos cosas, morir de viejos porque la muerte violenta nos aterroriza, no luchamos por ser kamikazes, luchamos pese a nuestros temores, quizás por la terquedad que generan nuestras convicciones. Lo segundo que queremos antes de morir es poder vivir el tiempo suficiente para ver algún tipo de cambio, somos utópicos pero queremos caminar en pro de la utopía, intentarlo y fracasar pero no fracasar sin haberlo intentado. Jairo Maya murió, todos tenemos que morir, pero no debió morir siendo aún tan joven, y mucho menos, cuando aún lo necesitábamos tanto para transformar esta ciudad.
La gente dirá que no lo mató la delincuencia, que no lo mataron las balas como con nuestro también amigos, quintana y pipa. Sin embargo la desidia del Estado fue tan grande que lo mantuvo en la desprotección total. Tener familia y deudas, andar con lo más básico, tratando de tapar un hueco abriendo otro, con el día a día, genera que el sistema nervioso de un individuo colapse y que su sistema inmune se haga más frágil. Hay ciertas enfermedades que necesitan una dieta especial y entre tantos problemas para subsistir, la gente no puede cuidarse como tiene que hacerlo.
Jairo desde la civilidad, podríamos decir –sin exagerar- que fue un enemigo acérrimo de la brutalidad de la guerra, de la micro extorsión de los barrios y de la trata de las personas pobres a mano de la delincuencia organizada que nosotros sin eufemismos denominamos PARAMILITARES, siempre lo vi indignado con la forma en que los traquetos prostituían a las jovencitas en los barrios y las trataban de manera indigna en las fincas. Los traquetos se satisfacían con las prostitutas de barrios de ricos mientras a las pobres las usaban y las obligaban a cumplir fantasías bizarras, como lo era verlas tener relaciones con animales, mientras los demás las veían hacer tales cosas con estupor, todo por unos cuantos pesos que no pueden comprar la dignidad. Cuando contaba esto, se ponía colorado de la ira y repetía lo que tantos hemos dicho, SER POBRE ES MUY HIJUEPUTA.
Ese denunciante inconforme ya no está, sus denuncias, harán falta, sus ojos y su voz la extrañaremos y sentiremos congoja cuando un día veamos que su comuna puede ser un mejor lugar para vivir, seguirnos soñando que un día Medellín será un lugar bueno para vivir, un lugar dónde no habrá una estratificación social tan absurdamente bizarra. Hoy el Estado y sus funcionarios dormirán tranquilos, pero la verdad, su desidia, su falta de actuar oportunamente para protegerlo, para ayudarlo, para permitirle que viviera por lo menos sin temer por su integridad se ha esfumado, para nosotros un gran hombre murió, para estos burócratas solo desapareció una carga para el Estado.
No sé si exista el otro mundo, y si existiera quizás no tengan internet, sólo espero que tu familia y amigos sepan, que te recordaremos y trataremos desde la memoria, de no olvidar tu legado. Hasta la eternidad, querido amigo.
Tema relacionado
Se nos fue Jairo Maya, un hermano, y aún lloramos su ausencia