Igual que ocurre con el «truhán del barrio», en el mundo se están generando una serie de liderazgos populistas de tipo mesiánico que, a través de la sensiblería de su discurso «veintejuliero» y aprovechándose de la ignorancia política de la gran mayoría de sus connacionales, logran que las masas de sufragantes se conviertan en fanáticas defensoras de un ideario o una filosofía de corte personal y no colectiva, es decir, terminan convenciendo a los electores de elegir una opción que solamente favorece al individuo que regirá sus destinos y no a la sociedad en general.
Como característica común de estos liderazgos se observa que generalmente crean un «enemigo común» en el que enfocan toda su energía. Sus alocuciones en contra de dicho enemigo son, habitualmente, enardecidas, belicosas y cargadas de falacias. Sin embargo, y contrario a lo que sucede con los «truhanes de barrio», este tipo de líder nunca está en disposición de enfrentar directamente a la amenaza que representa su contradictor; se limita a enardecer los ánimos para que sean sus fieles súbditos quienes enarbolen las banderas de su beligerancia y, por ende, sufran los graves efectos que ello genera. Su fin es promover una guerra donde se derrame sangre ajena.
Por lo anterior dichos líderes no pueden considerarse corajudos o «huevudos», como coloquialmente han sido definidos, ya que es a través del sufrimiento, e incluso de la vida de sus seguidores, que pretenden alcanzar el objetivo propuesto, en otras palabras, y como dirían nuestros abuelos: «tiran la piedra y esconden la mano». Ellos y su entorno cercano, nunca sufrirán de manera directa las consecuencias de sus patológicas decisiones.
Los mencionados dirigentes están dispuestos a enviar a la guerra a sus fieles seguidores, más nunca estarán dispuestos a ir a la vanguardia en el combate; en definitiva, manipulan las conciencias a través de la arenga incendiaria y sacrifican a aquellos por los que dicen estar luchando.
Estos personajes no se ubican en una ideología determinada, pueden pertenecer a la izquierda o a la derecha. Los identifica el extremismo con el que defienden los supuestos ideales de las mayorías. En la actualidad podemos ejemplificarlos con Nicolás Maduro, en Venezuela; Donald Trump, en Estados Unidos de América; Kim Jong-un, en Corea del Norte; y Álvaro Uribe Vélez, en Colombia, por mencionar los más representativos en la actualidad, y con la diferencia de que el último no funge en el momento como jefe de Estado. Cada uno de los anteriores, y a su manera, promueve la defensa a ultranza de un modelo socioeconómico y político excluyente, en el que solo caben aquellos que se identifican con su pensamiento ególatra y, por demás, radical.
Sin embargo, lo más preocupante es el amplio número de devotos partidarios con los que cuentan estos sujetos; seguidores dispuestos a todo con tal de salvaguardar un modelo gubernamental, independiente de que ellos no tengan cabida en el mismo; en definitiva, terminan defendiendo un régimen que en realidad los excluye y discrimina, que solo los tiene en cuenta para enviarlos como ovejas al esquiladero, mientras el «mesías» y su entorno cercano, disfrutan del poder sin el mínimo riesgo de sufrir las adversidades de los conflictos que promueven.
El fenómeno es en realidad alarmante, ya que este tipo de liderazgos fácilmente conducen a la sicosis generalizada y promueven sociedades excluyentes, discriminatorias e inequitativas, generando violencia, no solo interna, sino también frente a otras naciones. De ahí que en la actualidad se viva en permanente zozobra y se sufran las fatales consecuencias de la falta de rectitud de sus dirigentes.
Lo anterior nos lleva a preguntar si en realidad esos son los liderazgos que el mundo actual necesita; personajes autoritarios, egocéntricos, manipuladores, aparentemente valientes y corajudos, individualistas, imponentes, para los que el «todo vale» se convierte en la base de sus actuaciones. No será que, por el contrario, se requieren líderes sensibles con la humanidad y la naturaleza, ecuánimes, pacificadores, conciliadores, demócratas y para los que la dignidad humana esté por encima, incluso, de los réditos económicos.
La historia ha demostrado hasta ahora que los grandes avances de la humanidad en el reconocimiento de las libertades individuales y de los derechos de las minorías han sido liderados por dirigentes pacifistas como Mahatma Gandhi, Martin Luther King y Nelson Mandela, entre muchos otros. Esos son los liderazgos que hoy el mundo reclama.
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