Venezuela y la posverdad

661

Por Maveza

El término posverdad, según la Real Academia Española, se define como «toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público». Nada más descriptivo que la definición del término para ilustrar la realidad que atraviesa el hermano pueblo venezolano y que se ha convertido en herramienta de la contienda política en el ámbito mundial. En la actual coyuntura del país vecino ambos bandos, gobierno y oposición, amén de la comunidad internacional que en su gran mayoría apoya esta última, permanentemente generan información a través de los diferentes medios masivos de comunicación y del nuevo «milagro» informativo, las redes sociales.

Unos y otros apelan a la emotividad del pueblo raso, al sentimiento patrio que nos inoculan desde pequeños, a la ilusión de los ciudadanos de forjar un futuro mejor, al espejismo de la política como mecanismo de redención de los oprimidos, ente otras argucias, para lograr la mayor aceptación popular, mientras tanto, la situación cada día es más caótica y es precisamente la población civil, que todos pretenden manipular mediáticamente, la que sufre las graves consecuencias de una realidad incontrastable. ¿Será que el poder político, entiéndase gubernamental y opositor, solamente responde a los intereses particulares de sus dirigentes? ¿Será que el ciudadano del común se ha convertido en un simple elemento maleable dentro de la disputa política?

La crisis social, política y económica que atraviesa Venezuela, en vez de generar un movimiento de apoyo internacional en torno a la búsqueda de soluciones concertadas entre gobierno y oposición, ha permitido la apertura de una puerta al oportunismo político de diferentes corrientes ideológicas en el mundo; por un lado la derecha venezolana e internacional se ha ido lanza en ristre contra el gobierno de Nicolás Maduro y por ende ha utilizado la coyuntura para demeritar los modelos socialistas y comunistas que aún persisten en el ordenamiento global. De igual manera, la izquierda mundial defiende a capa y espada la institucionalidad del vecino país y no ahorra epítetos en contra del modelo capitalista, soporte de la derecha globalmente. Y mientras el debate continúa, la ciudadanía es la que pone los muertos y observa cómo se diluye la esperanza de alcanzar unos mínimos consensos que les permitan enderezar el rumbo como nación.

La izquierda atribuye la crisis, en primer lugar, a un complot internacional que comenzó con el acuerdo entre Estados Unidos y los países árabes para rebajar el precio del petróleo en el mundo y disminuir así los ingresos que Venezuela recibía por la exportación del crudo. Igualmente, le endilga responsabilidad a la asociación ilícita de los empresarios, quienes habrían ocultado intencionalmente grandes cantidades de productos básicos, con el fin de generar un desabastecimiento general. Asimismo, a la derecha venezolana, representante de la oposición y especialmente a algunos de sus líderes, se les acusa de promover actos de vandalismo en las marchas de los antagonistas del gobierno, utilizando para ello a la población civil a través de la manipulación mal intencionada. De otro lado, el gobierno también afirma que en varias ocasiones, incluso a través de la intervención papal, se ha convocado a la concertación entre ambos bandos, convocatoria que la oposición ha menospreciado.

Del lado de la derecha, aseveran que el modelo socialista fracasó en su intento de transformar positivamente las condiciones socioeconómicas de los pobladores del país vecino y que por el contrario sumió a Venezuela en la más profunda crisis de las últimas décadas. A la par, afirman que el gobierno ha perdido toda legitimidad a pesar de haber sido elegido democráticamente, ello como consecuencia de su incapacidad de superar la difícil situación en la que se encuentra sumida la nación hermana. Ídem, manifiestan que el país va camino a convertirse en una dictadura y que para ello Maduro recurre incluso a manipular los resultados electorales y a desconocer la división de poderes y, por ende, las facultades de las demás del poder público, como la legislativa y la judicial. Y no faltan las acusaciones contra los militantes de la izquierda internacional, al tacharlos de cómplices de la situación que vive el país vecino. Lo anterior ha llevado incluso a promover la intervención internacional y la muerte del «tirano».

Y mientras el listado de argumentos de ambos lados es prolífico y sería casi interminable tratar de exponerlos en el presente escrito, la verdad permanecerá velada y perdida entre los siniestros laberintos de lo que hoy los «ilustrados» denominan como posverdad, término con el que pretenden encubrir la real intención de los dirigentes políticos actuales, que no es otra que manipular la conciencia de los electores a través de la mendacidad y el engaño, todo con el fin de alcanzar sus mezquinos intereses personales; por ello, Venezuela se seguirá sumiendo en la desesperanza, mientras los dirigentes políticos de lado y lado siguen extasiándose con el efímero y fútil egocentrismo que genera la ambición por el poder.

Otras columnas del autor

Belén de Bajirá: La ignominia de una disputa territorial

La salud: ¿derecho fundamental?

Impunidad directamente proporcional a corrupción

Elecciones 2018: razón vs. fe

¿ADN paramilitar?

Justicia por mano propia

El mito de la narco – cultura