Muchísimo se ha hablado en los últimos dos años de la guerra urbana que se padece en Bello, municipio del norte del Valle de Aburrá. Lo que empezó como una confrontación de bandas por el control de territorios para venta de droga, negocios ilícitos y rutas de comercio ilegal, escaló a tal punto que los ciudadanos de a pie preferían ir en carro a tomar el bus o el Metro, antes que caminar por una acera, lo que podría significar la muerte alcanzado por una bala en medio del fuego cruzado.

En Medellín también hay enfrentamientos por la venta de estupefacientes, por el cobro de extorsiones, por el control de rutas, pero en Bello era otra cosa, la guerra fue en grado superlativo: mucho dolor, zozobra y muertes de por medio.

Y decimos que era otra cosa porque podemos confirmar hoy, empezando el mes de octubre del 2020, que se “firmó” un pacto entre las organizaciones armadas que estaban enfrentadas en el municipio.

Pacto que bautizamos como el «Pacto del Cerro Quitasol», entre las bandas Pachelly, el Mesa y Niquía Camacol, que protagonizaron la confrontación armada en Bello y en sus municipios vecinos.

El pacto tiene como plausible objetivo acabar el conflicto armado, al menos por el momento, en ese municipio antioqueño. Ese pacto se acordó este jueves 1 de octubre y se confirma hoy, viernes 2 de octubre, el Día de la No Violencia en el mundo.

La Agencia de Prensa Análisis Urbano y su director Luis Fernando Quijano, por medio de confirmaciones de fuentes oficiales y no oficiales, y haciendo presencia en el territorio bellanita, confirmó este pacto entre las bandas del municipio de Bello.

Ahora nos enfrentamos como seres humanos a uno de los claroscuros más agrios de los finales de cada confrontación: si se acabó la guerra, esperamos que no haya más muertos. Y, también, al terminarse esta desgracia, dolor y sufrimiento, es menester empezar a contar los muertos, los mediáticos y los ocultos.

¿Cuántos muertos hubo?

Qué terrible es tener que convertir a seres queridos, a familiares, a personas dignas, en una cifra, un número que en pocos días solo estadística.

Al primero de junio de este año en Bello ya se habían presentado 69 homicidios. Todos fueron registrados como muertes violentas, y la gran mayoría estuvieron asociados al conflicto armado.

Dos días después, la cifra ya había ascendido a 73.

Varios presuntos cabecillas y mandos medios del Pachelly, Niquía Camacol y el Mesa fueron capturados durante la confrontación el pasado año y este.

A hoy, Medicina Legal ha confirmado por lo menos 90 asesinatos en el municipio de Bello en lo que llevamos de 2020.

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Las bandas en disputa

Para empezar este apartado, Análisis Urbano quiere recordar el episodio sucedido en el pasado mes de abril, cuando alias el Oso, capo de una de las bandas bellanitas, falleció en la cárcel de Picaleña y se le hizo un sepelio con procesión en el barrio Niquía.

Una escena macondiana iluminaba una calle de Bello en la que cientos de personas acompañaban un féretro que cargaba los restos del difunto pistolero. Al lado unas cuantas personas llorando. Alrededor, docenas de hombres y mujeres armados con pólvora y revólveres, disparándole quizás a Dios entre las nubes por haberse llevado al patrón.

Todo esto, amigos lectores, en plena pandemia mundial y orden nacional de confinamiento total. En el video que ilustra lo sucedido no se divisa a ningún miembro de la Fuerza Pública y mucho menos a algún funcionario de la Alcaldía de Bello.

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Este retrato que les contamos es para ilustrar una idea quizás simple, pero con implicaciones profundas y raíces: en Bello, hay poca presencia del Estado y mucha presencia e influencia de las bandas ilegales.

Les anunciamos entonces un pacto que conduce a un cese al fuego permanente y a un fin negociado del conflicto, pero no porque las bandas hayan pactado con la Policía para dejar sus actividades delictivas. No, lo que sucedió fue un pacto entre las mismas bandas para dejar de matarse.

Las bandas que estaban en disputa son El Mesa, que junto con la banda Niquía Camacol combatía al Pachelly. Ambas han estado en un proceso de fortalecimiento que llegó a su pico a principios de este año, cuando no se sospechaba que el covid-19 iba a llegar a ser una pandemia mundial. Pues, como dijimos en Análisis Urbano, las economías ilegales no se detuvieron con el covid-19, y por esa razón la guerra en Bello tampoco se detuvo.

Así rezaba un comunicado emitido por la Alcaldía de Bello en febrero de 2020, cuando ya era imposible para ellos ocultar por más tiempo la guerra que se libraba en el municipio:

«La fuerza pública (sic) aclaró que lo que se está presentado en el municipio, es una alteración en la seguridad, por medio de disputas de algunos grupos al margen de la ley que no debe generar miedo en la ciudadanía, ya que se viene presentando en diferentes municipios del Área Metropolitana del Valle de Aburrá y algunas comunas de Medellín».

Nosotros como medio, sobre estas palabras, escribimos:

«Como quien dice, bellanitas, estén tranquilos, no solo se están matando acá, también lo hacen en Medellín y el resto del Valle de Aburrá».

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Las estrategias de seguridad implementadas en Bello en los últimos años son, cuando menos, obsoletas. Así lo hemos denunciado desde Análisis Urbano. Las capturas a mandos medios y bajos de la cadena administrativa de la empresa criminal, el ofrecimiento de recompensas, la incautación de droga que se cuenta por libras mientras se saca del municipio por toneladas y la presencia de policías en ocasiones corruptos en las zonas más calientes no han servido para mejorar las condiciones de seguridad en el municipio de Bello.

La gente inocente de Bello sufre

La población civil del municipio de Bello, como habitantes y no como combatientes, han sufrido la peor parte de la guerra que se ha disputado en Bello.

Hombres, mujeres y niños nacidos y criados en Bello no solo han sido asesinados en atentados por balas perdidas o balas dirigidas, sino que sus derechos fundamentales se han vulnerado de manera repetida y durante años sin que nadie proponga ni siquiera un atisbo de solución.

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Desde constreñimiento a la población y extorsión a miles de establecimientos comerciales hasta torturas, desapariciones y tratos crueles, los bellanitas han experimentado un vaivén de sucesos que, cuando menos, les ha vulnerado sus Derechos Humanos y les ha quitado parte del sueldo. Muchos bellanitas, que aman su municipio, prefirieron irse a municipios como Sabaneta, Copacabana e incluso Rionegro en el oriente antioqueño porque, según nos contaron, no aguantan las condiciones de seguridad a las que están sometidos.

El alcalde actual Óscar Andrés Pérez -quien por cierto acabó de recuperarse del coronavirus-, llegó al cargo hace apenas unos meses. Pérez, entonces, tiene una estrategia de seguridad para implementar, pero al haber llegado a este juego hace poco, repetimos, poco o nada ha podido hacer ya que el crimen urbano-rural tiene una fuerte injerencia en el territorio bellanita.

Cada que en Análisis Urbano anunciamos un pacto como este entre bandas del Valle de Aburrá, lo tomamos como una buena noticia porque sabemos que el número de homicidios disminuirá de manera significativa al decrecer las condiciones de violencia sistemática que dieron lugar a un escenario de conflicto.

Esperemos que esta tregua se prolongue por años, y que conduzca hasta un fin definitivo del conflicto. Bello ya lo necesita.

En video: El “Pacto del Cerro Quitasol”

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