Covid-19: Serenateros en apuros

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Hace una década Jairo Coronado llegó a Bogotá procedente de Maicao. Siete de esos años itinerantes en las calles de la capital se´ los ha dedicado a tocar guacharaca –y caja, si el cliente de turno ofrece más dinero- en Los Romanceros, uno de los tantos grupos de música vallenata que a diario aguardan una transacción en La Playa. Hace dos meses y medio, desde que se decretó el encierro preventivo, no ha podido trabajar. El suyo no es un caso aislado: son miles los serenateros–tríos de boleros, mariachis, conjuntos vallenatos- que están varados.

Y decir miles no es una exageración. Según cifras de la Secretaría de Cultura Recreación y Deporte, en La Playa –histórico sector localizado en el costado oriental de la Avenida Caracas entre las calles 54 y 57- al día pueden transitar entre 1500 y 2000 mil músicos cuya economía depende, básicamente, de estar en la calle. “Si no salgo, no como”, dice lapidariamente Coronado, quien, de acuerdo con el DANE, hace parte de los más de cinco millones de colombianos que viven de la economía informal.

Los días pasan y la situación se torna insostenible. Guillermo Modesto Sánchez, portavoz del gremio ante el Consejo Distrital de las Artes, puntualiza que, ante las instituciones, se sienten desamparados: “Estamos, como muchos ciudadanos, en situación de vulnerabilidad. Ya debemos el arriendo y la comida escasea. Aunque algunos por la edad pertenecemos al fondo solidario pensional Colombia Mayor, no es suficiente, no alcanza. La crisis del Coronavirus desnudó un problema social con raíces muy profundas. Ante la restricción total del ejercicio musical en la calle, no tenemos más opciones que esperar en la casa. Hasta el momento, los músicos populares urbanos en los géneros de mariachi, trío, vallenato, papayera y música llanera que trabajamos en Bogotá estamos desprotegidos”.

Nacido en Tocaima hace 65 años, Guillermo, mejor conocido en La Playa como El Compadre, es el director del trío Ópalo y el dueto Raíces. Vive en la que hace sesenta y tantos días era una de las cuadras más alborotadas de la localidad de Chapinero. En sus más de cincuenta años de profesión nunca había salido blanqueado el Día de la Madre. Eso le sucedió a él y a los serenateros flotantes el pasado 10 de mayo: “Hubo quienes retaron la estricta cuarentena y salieron a ver si pescaban unos pesos. Improvisaron tarimas en las zonas sociales de algunas unidades residenciales y les cantaron a algunas mamás que se asomaron por la ventana. Solo recibieron propinas, pues nadie se atrevió a contratarlos oficialmente”, dice algo ofuscado. Y remata: “Otros trataron de hacerlas virtuales, pero fracasaron. Imagine usted, ¡si a duras penas utilizamos el teléfono para recibir llamadas! Nosotros montamos un video en youtube y eso no lo ve nadie, no representa ni un solo trabajo extra. Los únicos que se pueden dar el lujo de hacer conciertos virtuales son las grandes estrellas como Juanes y Shakira; ellas facturan al respirar. En estas circunstancias eso no nos sirve de nada”.

Ante la situación de emergencia, el Sindicato de Músicos de Colombia (MUSSICO) le ha dado una mano a una centena de músicos desvalidos, mientras que la Gerencia de Música de Idartes acaba de oficializar la convocatoria Reconocimiento al aporte de las maestras y maestros adultos mayores del campo artístico y cultural en Bogotá que beneficiará a 200 artistas en medio de la coyuntura Sin embargo, es una problemática muy honda que es imposible solventar con mercados y esporádicos estímulos en metálico.

Mientras las políticas públicas se ajustan al tamaño de la situación y el diálogo permanente entre el sector de serenateros y la Gerencia de Música se traduce en estrategias eficaces que garanticen vidas dignas en medio de la ineludible reclusión, a muchos nos les queda otro remedio que colgar sus instrumentos y rebuscar el diario a través de otros oficios, también informales. “Ahora hago domicilios y le ayudo al vecino en su tienda: lavo, limpio y despacho. Alcanzo a recoger como setenta barras a la semana”, cuenta Coronado. “Esta vaina va pa´largo. La guacharca va a estar guardada durante mucho tiempo. Pero bueno, yo me aferro siempre a algo allá arriba… mi Dios proveerá”, concluye con una leve risita que delata su resignación.

Texto de: Luisa Daniel Vega.

Tomado de Radio Nacional

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